Puede que a muchos espectadores les haya pasado como le pasa al pequeño Peter, que tiene delante a un oso y «sólo» ve un perro.

Es obvio que Marc Foster no ha firmando una obra maestra, pero del mismo modo es evidente que ha hecho un trabajo muy bueno. A mi esta película me transmite, me acaricia, me envuelve, me llena los ojos de lágrimas. Me parece magnífica la idea; esa idea de volver a ser niños, y de niños que tienen que madurar cuando deben hacerlo, ni antes ni después. En una época en la que los menores usan todos teléfonos móviles y están enganchados al esperpento televisivo, un desierto sin dibujos animados; en una época en la que los chavales ya no juegan en las calles, ni tienen que apañárselas como puedan con un simple balón de fútbol; en una época en la que las niñillas púberes se barnizan de maquillaje y se echan novios tan alelaos como ellas; en una época, en definitiva, donde estamos machacando la infancia, bien vale reconocer el mérito de una historia que nos incita a no perder de vista la magia de los niños.

Interpretaciones fantásticas, poco se puede añadir a lo ya dicho. Kate Winslet, sobresaliente, para mi la mejor. Y Freddie Highmore, desde luego, que te emociona desde que aparece con ese aire frágil y resentido a la vez de quien no sabe, no puede, expresar sus sentimientos. La banda sonora se llevó el Oscar, posiblemente merecido, porque suena de maravilla.

«Descubriendo nunca jamás» está hecha desde y para la ternura, asentándose con gracia en juegos, fantasías, creencias y sueños que realmente no solucionan «lo más importante», pero sí ayudan a vivir en un mundo más luminoso. Me encanta.