Derek Cianfrance realiza su ópera prima en la que nos presenta la relación de amor de una pareja de clase media americana. Si lo que intenta es reflejar la dureza de las relaciones y el difícil mundo de los sentimientos, el objetivo se consigue con sobresaliente.

Que nadie espere una película holliwoodiana romántica, sino que estamos ante un film independiente que refleja un ejercicio realista de la vida, de la (no) chispa del amor y de la dureza de la vida. En ocasiones el metraje resulta demasiado plano pero es acorde con la situación y con el tipo de cine que estamos visionando.

A la triste historia se unen unas excelentísimas actuaciones de la joven pareja de actores. Michelle Williams realiza un estupendo trabajo por el que ha conseguido el premio de estar nominada al oscar, cosa extraña, ya que su papel, además de enseñar “carne” resulta demasiado duro para el conservadurismo norteamericano, por todo ello, me alegro de su nominación pero en mi humilde opinión, el que realiza un trabajo sobresaliente es Ryan Gosling consiguiendo que en cada momento conozcamos que tipo de persona tenemos ante nosotros y todo el sufrimiento que lleva en su interior, para mi “de 10”.

En un año de películas en las que la claustrofobia y el terror a estar atrapado están de moda (véase Boried o 127 horas) me gustaría destacar las secuencias realizadas en la habitación (futurista) del motel. Es una situación en la que la sensación claustrofóbica, no es física, si no mental y el agobio reinante en la habitación, llega al espectador para adentrarlo en ella.

En definitiva una película muy aconsejable para quien huye del romanticismo pastelero y prefiere observar las relaciones de pareja desde un punto real y cotidiano. Al finalizar la película, entre el abatimiento general y los excelentes títulos de crédito finales (es de los pocos momentos en que se refleja felicidad) no podrás levantarte de tu asiento y sentirás estar atornillado a la butaca.