Rasoulof forma parte de esos directores iranies que son condenados por su gobierno por ejercer la crítica al mismo con sus peliculas. Aún así se las apañan para seguir rodando, la comunidad filmica internacional premia sus trabajos y se produce el efecto boomerang para que sus propios compatriotas puedan verlos.

El director no se anda con eufemismos ni alegorias y plantea la cruda realidad y sus consecuencias individuales. Su título original, "No existe el mal" o el Diablo, viene a subrayar que no podemos eximirnos de nuestra responsabilidad individual a la hora de cometer actos horrendos y descargar la culpa en aquellos que los promueven. La teoría de Hannah Arendt sobre la banalidad del mal está presente. Claro que siempre es más fácil teorizar que ejercer dicha responsabilidad en un régimen autoritario y mucho menos en un entorno de guerra. Sacrificarse uno mismo y probablemente a su entorno, o no, es una decisión casi imposible de juzgar. Pero nunca deja indemnes a quienes se ven involucrados en ello.

Inicialmente debido a los problemas para rodarla Rasoulof opta por historias separadas a modo de cortos que a la postre le vienen bien para plantear diferentes puntos de vistas sobre la pena de muerte en general y en particular en su país donde en algunos recintos carcelarios se obliga a los reclutas que están cumpliendo el servicio militar a ejercer de verdugos. La primera de las historias es la más redonda. La fotografía de Ashkan Ashkani explendida y el reparto solvente. Claro que Berlanga ya sentó cátedra con "El Verdugo" (1963) sobre el tema en cuestión.

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