Godard a sus 36 años ya tenía bula para hacer lo que le viniera en gana (de hecho siempre lo hizo) y aquí aplica su mirada de microscopio caleidoscópico a la juventud francesa de finales de los 60, un semillero desconcertado y anárquico que estaba a punto de florecer de forma revolucionaria en el 68.

Los chicos y las chicas están en ebullición como burbujas que afloran a la superficie y explotan en todos los ámbitos aún inconscientes de que están cociendo el huevo del futuro que acabarán zampándose los de siempre. Una radiografía de tono documental que descubre luces y sombras dando un diagnóstico poco halagüeño para un Godard a punto de dar un giro ultrapolítico maoísta en su carrera.

Su sorprendente narrativa ya sorprende menos, cosechó premios y las inclemencias del tiempo solo la han desgastado por una de las caras de la moneda. Bergman la calificó de aburrida. Dios me guarde de contradecirle.

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