Julius Popper fue un aventurero aunque no gustaba que lo calificasen como tal. Nacido en Rumania, vagó por medio mundo hasta anclar en la Argentina con la peregrina idea de que en su extremo meridional había oro en abundancia. Fabricante de una máquina para deslavar la tierra en busca de preciosos metales, convence a una caterva de inmigrantes europeos para fundar El Páramo donde acuña sus propias monedas de oro de uno y cinco gramos y estampillas de diez centavos (hoy joyas de la filatelia y la numimástica). Murió a los 36 años tras realizar una feroz matanza contra los indios onas. El personaje en sí, bien merecía una película y Littin quiso cerrar el siglo XX retratando su epopeya. Lamentablemente Javier Perugorría está lejos de plasmar esa locura apasionante que podía transmitir Kinski en Lope de Aguirre o Fitzcarraldo. Es más, fuera de Fresa y chocolate, en otras películas el cubano ha demostrado que su registro actoral es limitado y le resta fuerza al filme. Lo mejor es la fotografía que transmite la desolación y la bravura de la Patagonia y también la presencia de Tamara Vargas, aunque improbable princesa ona opaca a la revejida Ornella Muti.