Después de varios años aquí, me decido por fin a publicar una crítica de la mítica "Oliver y Benji", una serie con la que pasé muy buenos (y muy lagos) ratos. Le pongo un 6 porque la cabrona creaba adicción de maravilla, pero eso no es lo principal. En realidad, quiero dedicar esta crítica a uno de los personajes que mejor me han ido cayendo con el tiempo. Me refiero a Alan Parker, el portero suplente del Niuting.
Os preguntaréis por qué. El muchacho no era lo que se dice una estrella, sí, y tampoco es que fuera carismático de por sí. No tenía ningún distintivo característico, ni una voz molona, ni una melena intimidante, ni hacía grandes paradas, ni daba seguridad bajo los palos... Sin embargo, ahí está su gran virtud. Con él, la vida era mucho más interesante.
Con Benji de titular, quieras que no, sabías que había medio trabajo hecho. Lo raro era que le marcaran, si es que hasta lesionado y dolorido podía rendir igual o más que un portero corriente. Eso, unido a la presencia de Oliver (y Tom) en el ataque, te hacía tener la certeza de que, tarde o temprano, los buenos ganarían el partido.
Pero cuando Benji se marchó y Alan se convirtió en titular, quedando sólo Oliver como ariete atacante (y con la pierna chunga además), la seguridad se esfumó como por arte de magia. Y sin ella llegó la emoción. Porque sabías que en cada ataque o contraataque del enemigo, fuera o no Lenders o el crack de turno, había más peligro que en circular por la derecha en Gran Bretaña. La victoria ya no estaba asegurada (spoiler).
Y como siempre es de agradecer la existencia de aquellos que hacen la vida más interesante a los demás, me quito el sombrero ante el eterno incomprendido Alan.

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