Las cartas sobre la mesa.
Está claro que Emily en París no es ninguna obra maestra. Pero, ¡ay, amigos!, tampoco lo es Los Bridgerton y el mundo se ha vuelto loco con ella.
Está claro también que la ficción de Darren Star echa mucha mano de los tópicos sobre franceses y americanos y aprovecha para satirizar sin ninguna malicia a ambos pueblos, por el bien de la comedia: los franceses son chic, elegantes, sofisticados y con escasas habilidades sociales y para las relaciones; los americanos, por otro lado, son divertidos, frescos, chispeantes, más duchos en las artes del amor y la amistad, pero mucho menos elegantes y cultos.
Con este escenario, y las maravillosas calles de la metrópolis gala como telón de fondo y, casi casi, un personaje más, Emily en París se revela como una comedia ligera, muy agradable y fácil de ver (sus capítulos apenas duran 25 minutos, lo que sin duda ayuda), y que sin duda entretiene mucho al espectador, con las aventuras parisinas de la ínclita Emily, un personaje que, entendiendo también las fobias que despierta, resulta muy cariñosa y simpática. La trama de la protagonista con Gabriel y Camille es de lo más entretenida, y los demás personajes secundarios también funcionan.
Y sobre todo, funciona, le pese a quien le pese, la interpretación de una Lily Collins que cada vez es mejor actriz, y aquí está absolutamente chispeante, divertida y disfrutando con lo que tiene entre manos.
Para pasar el rato, sí, pero para pasar un muy buen rato.

Lo mejor: Lo entretenida y directa que es, la trama amorosa y la interpretación de Lily Collins. Y lo maravillosa que se ve siempre París en la pantalla.
Lo peor: No es una obra maestra, pero tampoco pretende serlo.