Cada vez que el terror toca los cultos extraños y asesinos en un entorno rural, nos echamos a temblar. Los ejemplos más conocidos quizás son Wicker Man, la reciente (y magistral) Midsommar y por supuesto Los chicos del maíz. Y es que es extraño que algún horror imaginable no se le haya ocurrido primero a Stephen King, autor de la historia en que se basa esta película.
El problema de muchas películas de terror que ya tienen sus añitos es que el terror, en general, envejece mal, salvo excepciones. El tipo de muecas, miradas, gore o sustos que hace 30 años ponían los pelos de punta al respetable ahora es más probable que provoquen risas al espectador moderno. Ese es un poco el problema de Los chicos del maíz: dejando de lado que tampoco es que, en sí, fuera una obra maestra en aquel 1984, ha envejecido bastante mal.
Con todo, su ajustadísimo metraje impide el aburrimiento y los niños, todavía hoy, la verdad es que provocan escalofríos.
Aceptable y un clásico que hay que ver, pero sin duda sobrevalorada.

Lo mejor: Los niños, tremendamente perturbadores.
Lo peor: Está muy pasada de moda.