Y en Florín, y en Fantasía, y en la Francia de Luis XIII... Pero la India, ésta India, siempre ocupó un lugar especial.
Esta es otra de esas películas que nos hacen pensar por qué su director, Stephen Sommers, perdió el norte como lo hizo en Van Helsing, que a pesar de todo, no es tan mala como se ha dicho.
Aquí, Sommers no sólo demuestra que sabe cómo hacer una película de aventuras eficaz y muy decente, sino que también acierta con el sentido del humor. Los personajes, pese a ser meros tópicos del género (chica mona en peligro, novio celoso y malvadísimo, padre noble y preocupado por su rebelde hija...) salen bastante bien librados, en parte porque están interpretados por actores excelentes. Sam Neill y John Cleese ya poco tenían que demostrar, pero Cary Elwes, en el papel del malo de la función, aporta cinismo y su presencia física (impresionante, para que vamos a negarlo)a una interpretación más que correcta. Lee y Headey se dedican a cumplir, sin más, pero tampoco molestan. Y la selva es muy bonita. Y todo es tan correcto y simpático que nadie debería sentirse ofendido.

Lo mejor: Tiene mucho encanto y es la mar de entretenida.
Lo peor: La historia de amor es predecible hasta decir basta, aunque no deja de resultar curioso en una producción de Hollywood que el pretendiente rechazado sea inmensamente más guapo que el escogido.