Thriller resultón que te mantiene pegado al sofá de principio a fin, pero que adolece de consistencia narrativa.

Empecemos por lo que mejor funciona: el grupo variopinto de presos. Aunque todos responden a un arquetipo clásico (el rumano proxeneta, el dominicano que parece pertenecer a una banda latina, el político facha corrupto) transmiten verosimilitud y los diálogos entre ellos proporcionan los momentos más divertidos. Ellos son los auténticos protagonistas y no el personaje que interpreta Javier Gutiérrez, que me ha dejado frío (nunca mejor dicho).

El otro acierto es saber mantener el suspense hasta la mitad de la cinta. Hasta ese momento, es imposible saber qué es lo que ha impulsado al misterioso asesino sabotear el furgón y qué es exactamente lo que busca. Las dudas enseguida te asaltan ¿quiere matar a todos o sólo busca a uno? ¿Por qué ha provocado toda esa carnicería? ¿Tiene compinches dentro del furgón? Esa incertidumbre es la que te engancha.

El problema es que, a poco que seas un pelín observador, enseguida te das cuenta de las motivaciones reales de este asesino, momento que además coincide con una bajada de ritmo. Pero lo peor llega en los último 20 minutos, donde el guion pierde su credibilidad. Todo se vuelve demasiado fantasioso. Demasiado previsible. Demasiado moralista.

Otro aspecto que no me ha gustado es la incongruencia de algunos personajes. Empiezan siendo de una forma y acaban siéndolo de otra. El propio Gutiérrez pasa de ser un policía pusilánime a un superhombre de acción. Mientras que al pesonaje que interpreta Karra Elejalde le ocurre precisamente lo contrario.

Una pena, porque los ingredientes no podían ser mejores.