Narrada con un pulso firme y sin desfallecimiento, sin concesiones, con una sinceridad brutal y una maestría que sólo los grandes directores como Kubrick son capaces de alcanzar, esta película se mantendrá incólume al paso del tiempo como un alegato antibelicista, pero sobre todo como un canto contra el absurdo comportamiento del hombre cuando la gloria, la ambición y el poder se cruzan en su camino. La película brillará en la oscuridad de la sinrazón porque nos pone de manifiesto, delante de nuestros ojos, lo poco que puede llegar a valer la vida humana cuando la ambición de unos pocos coincide con un poder casi ilimitado. Pero también, aun débilmente, nos hace ver un rayo de esperanza porque algunos hombres como el Coronel Dax, interpretado por un sublime Kirk Douglas, son capaces de anteponer su propia gloria e incluso su vida por la de sus hombres. El Coronel Dax se implicará, se jugará su carrera por hacer justicia en un mundo de lobos carroñeros y aunque triunfará sólo a medias, su victoria, en un mundo tan atropellado e injusto, tiene un valor más alto de lo que podría esperarse.

Una obra maestra. Imperecedera.