O es un cero pelotero o un diez como una casa.
Tal vez ya indeseable de ver desde su ritualista comienzo, ciertamente pocas veces he contemplado tanta belleza plástica, formal y musical como la que muestran algunas escenas de esta película: los chelos en el metro, la violonchelista semidesnuda, el órgano de la catedral... el imprescindible solo de armónica de ese "vulgar" camionero.
El vacío, la quietud, la blancura más absurda dan inicio a este film mientras una pianola que gira enloquecida por la propia música que emite da vida al silencio. Después color, vida, abundancia y contrastes, notas que invaden lo más común, corriente, e incluso vulgar de nuestra cotidianidad otorgándoles un nuevo sentido.
Un aburrimiento sí, como muchas veces suele ser nuestro quehacer diario, cargado de bostezos si no hubiera existido, por ejemplo, Bach.