Con mas de ochenta años a sus espaldas y repitiendo una vez tras otra la misma película, Allen vuelve a conseguirlo: estamos ante una película bonita, dulce, triste, que fluye y no derrama agua del cauce. Sin duda, la maestría en la dirección de actores, en lograr atmósferas, es algo que no se borra con los años, es más, se consolida y consigue fundirse de tal manera que al espectador le parece normal y casi habitual la perfecta armonía de la música con la puesta en escena, con el diseño de vestuario, con la elección de un reparto que aquí casi, casi es redondo. La película, además, va de menos a más, ganando fuerza a medida que Eisenberg va creciendo dentro de su personaje. No es Allen, nadie lo es, pero eso es algo con lo que tenemos que vivir: el tiempo de Allen como actor ya pasó, por eso, por el tiempo implacable. Su búsqueda de un "Allen 2" es, parece, algo quimérico. No obstante, el resto del reparto, sobre todos los secundarios que dan vida a la familia judía del protagonista, están excelsos, con diálogos breves, cortos y memorables. Volvemos a los personajes de DÍAS DE RADIO, a los de BALAS SOBRE BROODWAY, a HANNA Y SUS HERMANOS o MARIDOS Y MUJERES. Siempre lo mismo, siempre maravilloso. Gracias, Woody.