Una historia de venganza situada durante la Era Meiji (1868-1912) en Japón.
Su personaje principal, Yuki (Meiko Kaji) no solo ha de llevar a cabo una venganza, sino que ella misma, su origen, su propósito y todo lo que la conforma hace de ella la personificación del concepto de venganza.

La obra cuenta con un presupuesto escaso, pertenece al género “exploitation” y está anclada a la década de los 70s, lo que acarrea una serie de cosas que impedirán para algunos poder disfrutar de ella, por lo que no es una obra para todo el mundo.

La dualidad entre la belleza y la violencia es una constante en esta obra. Desde la belleza del rostro de Yuki mientras resulta mortalmente perfecta llevando a cabo su cometido, pasando por los numerosos planos de parajes naturales (ríos, mares, bosques, campos, lugares nevados) bañados en sangre que los inundan, hasta la misma época, con contrastes de modernidad y avances que se implementan por primera vez en el país mientras simultáneamente reina el caos, la corrupción, la desesperación y la injusticia.

Dentro de sus recursos limitados, la fotografía, elección de planos y elementos estilísticos son dignas de elogio por parte de un Toshiya Fujita inspirado, y encajan perfectamente con el concepto de la obra, incluso sus chorros de sangre que pudieran pecar de irreales, así como otros elementos, aquí forman el estilo.

La trama es buena y plantea bien las cosas además de ofrecer buenos giros argumentales y detalles de calidad, la mayoría de emociones han de buscarse en los gestos o las miradas en lugar de los diálogos, pero está llena de ideas y elementos simbólicos.

Una obra que explora la esencia de la venganza de forma contundente y con inspiración artística, de culto.