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Normelvis Bates rating:
1
2.5
166
Horror
Six teenagers are terrorized in an isolated villa by ghosts of Nazis killed during World War II by an air raid while participating in an orgy.
Language of the review:
- es
December 23, 2011
12 of 18 users found this review helpful
Qué mejor, ahora que se acerca la Navidad, que ir ejercitando nuestras papilas gustativas, tan desentrenadas ellas tras casi un año de tranquila y descansada rutina entre tristes verduras al vapor e insípidos filetitos a la plancha. Nada como una semana de festines nocturnos de casquería bien fresca y jugosita para ir entonando el cuerpo ante la que se le avecina. De hecho, Lucio Fulci es, si bien se mira, lo más parecido que debe haber en el mundo del cine a esas suegras que el día de Navidad le atornillan a uno a la mesa, no dejan de servirle paladas de asado y salsa en cataratas y no le permiten levantarse hasta que ha apurado hasta el último guisantito de la cazuela. A comer y a callar, hijo, que aquí no se tira nada.
Debo confesar que la cocina de Fulci me ha resultado, en conjunto, más bien pesada e indigesta. A pesar de su simpático aroma a producto casero y artesanal, los potajes del amigo Lucio son, en general, mejunjes torpes, repetitivos y toscos, y le dejan a uno el cuerpo como si se hubiera zampado una olla entera de garbanzos, caracoles y pies de cerdo. Es posible que esperara demasiado de ellas, pero las dos historias elegidas como entrantes, “Miedo en la ciudad de los muertos vivientes” y “Nueva York bajo el terror de los zombies”(3 y 4 agusanadas estrellitas, respectivamente), me parecieron demasiado estúpìdas para ser tomadas en serio y demasiado solemnes y efectistas para ser tomadas en broma. Me temo que el problema de Fulci es el mismo que el de las suegras: no sabe parar a tiempo.
Del sorbete que pedí como desengrasante, “La juez y su erótica hermana”, mejor ni hablamos. Una farsa imbécil y sin puta gracia cuyo único aliciente es el glorioso cuerpo de Edwige Fenech (su única estrella va por ti, amor, luz de mi infancia, tesoro de mi memoria). “Una historia perversa”, por su parte, es una sosa y deslavazada intriga de corte hitchcockiano protagonizada por un guapetón y pasmarote doctor y en que lo más destacable es la presencia de la escultural Marisa Mell. Cinco estrellitas gaseadas a la salud de sus ojazos bicolor.
La cosa mejora algo con el primero de los platos fuertes del menú, “El más allá”, donde Fulci modula algo sus excesos y juguetea con bastante gracia con el sonido, el terror extraído de lo cotidiano y la decadente escenografía del Sur estadounidense, aunque sea incapaz de sustraerse a su amor por las trepanaciones gratuitas y a la consabida y cargante procesión de difuntos parsimoniosos que arrinconan, pasito a pasito, a la pareja de protagonistas. Seis sulfurosas estrellas para ella.
Lo mejor de Fulci, sin duda, se encuentra en “Angustia de silencio”, un áspero, brutal e inmisericorde “giallo” rural, que, con todas sus taras y limitaciones, inserta con eficacia la ultraviolencia hiperrealista del Fulci más desmelenado en una intriga criminal con ribetes atávicos y una carga nada desdeñable de crítica social. Allá se despeñan siete desolladas y chisporroteantes estrellas.
(sigo en spoiler)
Debo confesar que la cocina de Fulci me ha resultado, en conjunto, más bien pesada e indigesta. A pesar de su simpático aroma a producto casero y artesanal, los potajes del amigo Lucio son, en general, mejunjes torpes, repetitivos y toscos, y le dejan a uno el cuerpo como si se hubiera zampado una olla entera de garbanzos, caracoles y pies de cerdo. Es posible que esperara demasiado de ellas, pero las dos historias elegidas como entrantes, “Miedo en la ciudad de los muertos vivientes” y “Nueva York bajo el terror de los zombies”(3 y 4 agusanadas estrellitas, respectivamente), me parecieron demasiado estúpìdas para ser tomadas en serio y demasiado solemnes y efectistas para ser tomadas en broma. Me temo que el problema de Fulci es el mismo que el de las suegras: no sabe parar a tiempo.
Del sorbete que pedí como desengrasante, “La juez y su erótica hermana”, mejor ni hablamos. Una farsa imbécil y sin puta gracia cuyo único aliciente es el glorioso cuerpo de Edwige Fenech (su única estrella va por ti, amor, luz de mi infancia, tesoro de mi memoria). “Una historia perversa”, por su parte, es una sosa y deslavazada intriga de corte hitchcockiano protagonizada por un guapetón y pasmarote doctor y en que lo más destacable es la presencia de la escultural Marisa Mell. Cinco estrellitas gaseadas a la salud de sus ojazos bicolor.
La cosa mejora algo con el primero de los platos fuertes del menú, “El más allá”, donde Fulci modula algo sus excesos y juguetea con bastante gracia con el sonido, el terror extraído de lo cotidiano y la decadente escenografía del Sur estadounidense, aunque sea incapaz de sustraerse a su amor por las trepanaciones gratuitas y a la consabida y cargante procesión de difuntos parsimoniosos que arrinconan, pasito a pasito, a la pareja de protagonistas. Seis sulfurosas estrellas para ella.
Lo mejor de Fulci, sin duda, se encuentra en “Angustia de silencio”, un áspero, brutal e inmisericorde “giallo” rural, que, con todas sus taras y limitaciones, inserta con eficacia la ultraviolencia hiperrealista del Fulci más desmelenado en una intriga criminal con ribetes atávicos y una carga nada desdeñable de crítica social. Allá se despeñan siete desolladas y chisporroteantes estrellas.
(sigo en spoiler)
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
El esperado momento del postre, sin embargo, casi logró arruinar por completo todo el banquete. Rodada en plena época de decadencia física y creativa de Fulci, “Los fantasmas de Sodoma” debe de ser una de las pelis más ineptas y descerebradas jamás filmadas. Se hace difícil hablar de algo que apenas existe, en la que todo, desde el título, es auténticamente fantasmal: no hay guión, no hay actores, no hay ritmo, no hay fotografía, no hay nada. En lo que se anuncia como una estimulante mezcla de terror y sexo no queda apenas rastro ni de lo uno ni de lo otro. Es como si la suegra decidiera un día experimentar en la cocina y guisara uno de sus potajes en la Thermomix, arrojando en ella sin miramientos todos los retales que encontrara en la cocina: extraviados e idiotas adolescentes, casas poseídas, muertos vivientes, sexploitation, lencería fina, orgías nazis, lesbianismo, cadáveres putrefactos... El batiburrillo resultante es sencillamente intragable, y, para colmo de males, Fulci lo remata con una guinda, en forma de final ridículo y chapucero, para el que sonaría a halago inmerecido la expresión “puta mierda”. Nunca, creedme, habría agradecido más que, por una vez, alguien me hubiera castigado sin postre.