Dice la introducción de "Arráncame la vida" que la película es un retrato de la posición de la mujer en la "patriarcal" sociedad mexicana de los años 30 y primeros 40. Sin embargo, más que su situación, lo que vemos es su estupidez. A Catalina (Ana Claudia Talancón, muy mona ella con su variado vestuario) habría que decirle, al igual que a la gran mayoría de féminas y hombres del mundo, tres cosas. Primero, que la libertad exige una responsabilidad. Segundo, que la realidad no es lo que uno se imagina o quiere, sino lo que es. Tercero, que las acciones tienen consecuencias. Traducido a nuestro caso, primero, Catalina se casa libremente con un impresentable, porque, segundo, no se percata de que lo es y tercero, ha de pagar su error en el que ella misma se ha metido.

Claro que Roberto Sneider, o Ángeles Mastretta autora de la novela homónima, hace trampas para que no llegue la sangre al río (SPOILER). Después de todo no se critica a Catalina, personaje al que rápidamente se le coge manía pese a que me gusta la actriz que lo interpreta, sino a todo el mundo menos a ella, porque somos feministas. Por otro lado, valiente análisis de la situación de la mujer cuando la heroína es una ricachona, o sea una privilegiada, que tiene como prácticamente su único objetivo ver con quien se encama. Por ejemplo, a los hijos, ni los mira. Por otro lado, la parte política pasa de puntillas y pese así, tergiversada e hipócritamente. A estos se les olvida que el régimen de México era socializante, masónico y muy democrático, y no otra cosa.