Es fácil recordar la revolución que causó Chiquito de la Calzada a mediados de los años 90 cuando se dio a conocer en algunos programas de humor de Antena 3. Siendo sinceros sus chistes siempre han salido muy malos pero lo que lo ha hecho único y digno de una fama tal que los imitadores surgieron como setas, incluidos los ciudadanos de a pie, es su estilo, en el que acabó rompiendo el discurso lógico a base de palabras extrañas, ahí se anticipó a los Minions, frases sin sentido y muletillas propias, además de una gestualidad y movimientos únicos. Decía Leonor Watling que hay gente graciosa y otra que no lo es, por lo que una misma frase dicha por uno produce risa y por el otro no o al menos, no tanta. Así es, y sin duda el humorista malagueño es de los primeros.

Esta popularidad la aprovechó Álvaro Sáenz de Heredia para llevar a Chiquito al cine con una especie de western musical, puede que algo inocente en algunos pasajes, pero que resulta muy divertido. De entrada existe una parodia a este género y de salida una trama aventurera, con tesoros, indios y bandidos, bien construida. Y entre ambos, Chiquito de la Calzada, como Condemor, que se adueña de la pantalla, con permiso de un correcto Bigote Arrocet y un Naim Thomas que se lo pasó pipa. Para mí, que la mayor parte de sus intervenciones son improvisadas y el resultado es muy notable, en especial los primeros quince minutos: recuerdo que la primera vez que la vi, no podía parar de reírme, y ahora me ha pasado igual. Además, comedia limpia, para todos los públicos.