Encomiable labor la de Nicolas Winding Refn que, entre otros muchos logros, hace un guiño al cine de acción norteamericano de los años 80, apelando desde el primer minuto a una estética nostálgica que remite a esos inolvidables peliculones, no por obras maestras sino por entretenimiento, en que las persecuciones por las céntricas calles de Los Ángeles, los justicieros dispuestos a todo, los vehículos a todo gas... subían las pulsaciones.

Con la complicidad de un soberbio Ryan Gosling, convertido aquí en una revisión y puesta al día del antihéroe del cine antes mencionado, el realizador apuesta por una historia cuyo hilo argumental puede definirse con una sola línea, pero cuya complejidad va en aumento, a medida que la trama va descubriendo sus bazas.

Así de la cada vez más estrecha (y delicada) relación entre Drive y su vecina Irene y Benicio, el hijo pequeño de ésta, pasamos a un espiral de sensaciones en la que, a pesar de contarse con un propio tempo, lanza por los aires, al mismo tiempo que estalla una violencia descarnada y sangrante, la idea (pre)concebida que se podía tener. La realidad para Driver es entonces como los coches que él, como especialista de cine, hace volar por los aires para divertimento de unos espectadores ávidos de espectáculo.

Así, como en ocasiones la vida real supera la ficción, la vida de Driver se sumerge en un torbellino del que el protagonista sólo pretende salir con vida. Es, entonces, cuando la película se convierte en visceral, intensa, apabullante, inolvidable.

Un regalo para el cinéfilo. Una de las mejores, si no la mejor película del año.