Las dos horitas de marras se dividen en realidad en dos películas prácticamente inconexas, una primera parte nos describe un cuadro de depresión aguda en la forma de un bodorrio que acaba como el rosario de la aurora por el autoboicot que se realiza la pobre enferma. El humor brilla por su ausencia, con lo que difícilmente nos llegamos a identificar con la situación. El novio, un poco retrasado, aguanta estoicamente hasta se convence de que se queda sin mojar en la noche de bodas, momento en que decide hacer las maletas. Al parecer no se había dado cuenta hasta ahora de con quién se estaba casando.
La segunda parte nos junta un marido burgués con la hermana aquejada de ataques de ansiedad y la hermana depresiva. Ah, me olvidaba del niñito modélico para enternecer a la audiencia. Pretende aderezar el conjunto con el macguffin del planeta asesino, que francamente carece de todo interés más allá de alguna postal de paisajes de ciencia ficción acompañada del Tristan e Isolda wagneriano.
En fin, lo dicho, la trascendencia intrascendente del señor von Trier.