Stephen Dorff no tiene un currículo demasiado brillante; es más, a medida que ganaba protagonismo en las películas en las que intervenía, la calidad de las mismas caía en picado. “Miedo punto com”, “Alone in the Dark” o “Plan imperfecto” constituyen inmejorables ejemplos de ello. De Val Kilmer podemos decir más o menos lo mismo. Desde luego, no es el mejor actor del mundo. Para rematar, los dramas carcelarios con tipos duros hiper tatuados, violencia a raudales, guardianes psicópatas e inocentes injustamente condenados están muy, pero que muy vistos.

Pero, a veces, el cine te sorprende y una película con todos los ingredientes para convertirse en un bodrio te regala un rato bastante agradable. Contiene momentos inspirados y la planificación, tan corta e inestable, tan televisiva, está realizada de tal forma que consigue transmitir un notable dramatismo. Los actores resultan creíbles, no sólo los buenos secundarios como Shephard. La historia que cuenta, manida y previsible, resulta atractiva pese a todo. Pero la película presenta dos serios inconvenientes:

a) Se recrea de modo excesivo en las peleas-apuesta del patio
b) Tiene un final tan políticamente correcto que todo el conjunto acaba resintiéndose.

Aunque como drama carcelario resulta apreciable. No es “Cadena perpetua”, pero tiene un pase.