Hay gente que cuando va a ver alguna de las producciones de la factoría Abrahams-Zucker espera ver fino humor al estilo Lubitsch, o maravillosos gags mímicos en la onda de Keaton o Chaplin. De ahí que salgan despotricando. Allá ellos. Yo, cuando me pongo delante de una de estas películas, sólo espero una sucesión de gags facilones, previsibles, escatológicos, infantiles pero que, a pesar de todo, me hacen gracia. Desde ese punto de vista, esta película cumple de sobras con su cometido. Se trata de una burda parodia del cine policíaco y de espías, con romance entre héroe y chica bonita de por medio. También cuenta con una de las caras más bobaliconas de la historia del cine, que es Leslie Nielsen, antes de ser devorado por su propio personaje. La historia es plana y simple, pero no podemos pretender una reflexión metafísica acerca del origen del bien y el mal. Solamente es una película gamberra e irreverente, para desconectar durante su breve duración. Y la cara de George Kennedy comiendo a dos manos, no tiene precio.