Hay que reconocer que, para ser de Soderbergh, no está nada mal. La puesta en escena es acertada, el montaje virtuoso y los actores, en especial Del Toro, rayan a gran altura. Además, trata un tema siempre esnifante, las drogas. Y lo aborda desde dos puntos de vista que se complementan: su lado empresarial, porque el de la droga, aunque fraudulento, no deja de ser un gran negocio, con la corrupción y delincuencia que lleva aparejado; y su faceta más dramática, el sufrimiento de aquellos que se convierten en esclavos de cualquier tipo de sustancia.

Dos personajes sorprenden por su contundencia, el de Benicio, como agente mexicano que funambulea por la delgada línea que separa el deber de la vida fácil, y el de la Jones, una modélica esposa atacada de “instinto de supervivencia”. También resulta interesante el rol de la joven adolescente, muy bien interpretado. En el lado contrario, como casi siempre, el pelamanillas de Douglas, que tampoco es que lo haga mal, pero su personaje es el más flojo. Y sus peripecias de superpapá en el mundo marginal son, sin duda, lo más blando e inverosímil de la película.

Ya lo dice el novio de la jovencita: el mercado es invencible. Ésa es la única verdad. Mientras la droga esté controlada por mafias y corruptos y no se legalice, el problema nunca se acabará. Como yo no podría explicarlo mejor, me remito a Escohotado. Pero mientras tanto, da para hacer buenas películas, como ésta, a la que por otro lado le sobran quince o veinte minutos.