La gala de los oscars de 2016, la de los oscars sobrevalorados, se recordará siempre por el duelo que mantuvieron las sobrevaloradísimas “La la land” y “Moonlight”, siendo esta última la que se terminaría llevando merecidamente el premio a película más sobrevalorada del año. Realmente, lo que terminaría perdurando de la gala fue un final esperpéntico, a la altura de la calidad cinematográfica del año, con Warren Beatty dando por ganadora a la película equivocada debido a un supuesto problema en los sobres. Ninguna de las dos ha terminado pasando a los anales de la historia y si bien las canciones más representativas de “La la land” siguen siendo usadas como fondo de anuncios o música ambiental, este peñazo llamado “Moonlight” sólo sirvió para afianzar la carrera del mediocre Barry Jenkins que se sintió respaldado para seguir haciendo lo que mejor que sabe hacer: reafirmación racial.

El gran éxito de Barry Jenkins fue estar atento a unas tendencias y corrientes de opinión del momento que consideraban que ya iba siendo hora de que los premios los ganaran personas de tal género, tal raza o tal ideología. Como si los oscars más que un concurso tuviesen que ser una gala socializadora o terapéutica. Así que el hombre dejó de hacer cortos y experimentos y se sacó un drama protagonizado por afroamericanos, lo único que sabe hacer, pero convenientemente tematizado a las sensibilidades dominantes: el mundo negro relegado a ganarse la vida únicamente con la droga, las dificultades de ser gay y el problema que representa el bullying en las escuelas.

Artísticamente, “Moonlight” es un pufo. Jenkins tiene tres historias y hace tres películas independientes camufladas en tres actos unidos simplemente por el mismo protagonista con varias edades. Ninguna de esas tres películas cuenta nada que no sepamos ni con lo que nadie que no sea un zumbado estaría en desacuerdo (todos condenamos los abusos a niños, todos apoyamos que cada uno viva la vida como mejor le parezca y todos comprendemos que cada uno se gana la vida como puede), pero Jenkins encuentra la forma de culpar al Sistema de una conspiración para mantener sojuzgada al pueblo negro. Imagino que su idea era culpar de ello o desenmascarar a las élites blancas, pero aún no había perfeccionado sus habilidades narrativas para hilar tan fino, por lo que sólo le queda la generalización, culpar al Sistema, a la sociedad. No sería hasta más adelante, en “El blues de Beale Street”, cuando ya es capaz de exhibir cierta maña con el bisturí.

Y todo eso a ritmo de Terence Mallick, pero en aburrido. Manoel de Oliveira es John McTiernan a su lado. En términos futbolísticos, si a alguien se le ocurriese montar un “Estudio Estadio” con las mejores jugadas de “Moonlight”, le quedaría algo parecido a un Eibar-Osasuna: el saque inicial, un tiro flojito desde fuera del área que se va desviado y una carrera por la banda que acaba en nada. Y si es invierno y el campo está embarrado, ni eso. Película para disfrute de críticos ociosos con ganas de sentirse culpables por un rato.