Hay dos géneros que se le dan particularmente bien al cine británico. Uno es el cine de época, de cualquier época, recrear intrigas o romances en ambientaciones victorianas, cromwellianas o de entreguerras. Otra es la comedia social, con películas simpáticas, de buen rollo y mejor corazón, protagonizadas por abueletes, desempleados o cualquier colectivo poco habitual de la gran pantalla.

“Una canción para Marion” representa una excepción dentro de los segundos, no por falta de competencia en la ejecución, tan sobria y correcta como siempre y acompañada de las buenas interpretaciones de costumbre, pero sí porque recicla historias que nos conocemos de memoria con recetas que ya cansan: pareja de jubilados, él cascarrabias y ella con enfermedad grave, que tratan de llevar sus problemas de la mejor manera posible buscando algo de luz en medio de un panorama poco halagüeño y, de paso, poner en orden sus asuntos familiares. Con buenas intenciones por aquí, una pizca de esperanza por allá y un baño de optimismo, la película discurre por caminos muy previsibles hasta un final cantado (en todos los sentidos).

A pesar de su patente falta de originalidad y lo artificioso de sus giros, la película sabe qué fibras tocar y cómo conmover a cualquiera con un mínimo de empatía, así que es complicado enfadarse con ella. O, por lo menos, enfadarse mucho rato. Hace trampa, pero deja buenas sensaciones, como la comida china o esas canciones que no te puedes sacar de la cabeza, aunque sabes que son infames.