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Eduardo rating:
4
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April 27, 2018
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Siempre me he mantenido prudentemente alejado del cine de Emir Kusturica. No sé cómo explicarlo, todo lo que leía sobre él me daba mala espina. La única vez que di el paso fue con El sueño de Arizona, por aquello del lujoso reparto, y salí escaldado. Una película nefasta, ridícula y pretenciosa. Por culpa de Monica Bellucci, me ha vuelto a suceder.
Los primeros diez minutos de En la Vía Láctea son premonitorios de lo que se avecina, una especie de ballet animalesco que te espolea a abandonar la butaca cuanto antes y tomar las de Villadiego. Pero no, yo quería ver a Monica, y perseveré en mi error. Recibí, a cambio de mi morbosa curiosidad, una ración de folclor balcánico, de filosofía balcánica, de chorradas balcánicas, de un humor chapucero que se pretende negro cuando no es más que carente de inspiración, una serie de gansadas monumentales, a los acordes de canciones imposibles, llevadas a cabo por el actor/realizador como a bote pronto, lo primero que se le ocurría en el momento, de una zafia y falsa poesía. La inacabable persecución de los tres soldados pone a prueba los nervios de los espectadores más avezados.
Francamente, creo que Kusturica rodó esta película para poder tocarle las tetas a Monica Bellucci. Un objetivo encomiable, lo confieso con atroz envidia, pero no hacía falta martirizarnos con dos larguísimas horas de mamarrachadas que no llevan a ningún sitio. Monica, estupenda, eso sí. Y el descubrimiento de una hermosa morena que responde al nombre imposible de Sloboda Micalovic. Un cuerpazo (otro).
Los primeros diez minutos de En la Vía Láctea son premonitorios de lo que se avecina, una especie de ballet animalesco que te espolea a abandonar la butaca cuanto antes y tomar las de Villadiego. Pero no, yo quería ver a Monica, y perseveré en mi error. Recibí, a cambio de mi morbosa curiosidad, una ración de folclor balcánico, de filosofía balcánica, de chorradas balcánicas, de un humor chapucero que se pretende negro cuando no es más que carente de inspiración, una serie de gansadas monumentales, a los acordes de canciones imposibles, llevadas a cabo por el actor/realizador como a bote pronto, lo primero que se le ocurría en el momento, de una zafia y falsa poesía. La inacabable persecución de los tres soldados pone a prueba los nervios de los espectadores más avezados.
Francamente, creo que Kusturica rodó esta película para poder tocarle las tetas a Monica Bellucci. Un objetivo encomiable, lo confieso con atroz envidia, pero no hacía falta martirizarnos con dos larguísimas horas de mamarrachadas que no llevan a ningún sitio. Monica, estupenda, eso sí. Y el descubrimiento de una hermosa morena que responde al nombre imposible de Sloboda Micalovic. Un cuerpazo (otro).