Sorprende que el genial judío abandone su encasillamiento para navegar por unas aguas ausentes de la ironía y el humor con el que la historia del cine ya lo tiene etiquetado. Allen trasciende, eso lo sabemos todos, trasciende siempre, es un hombre que ha leído mucho en su vida, que ha escrito más y que sabe lo que hace y lo que dice, interpreta la vida y en forma de cine comunica casi siempre con genialidades todo lo que acumula dentro. Suele hacerlo con un humor negro especial que ya lo ha hecho célebre, sin embargo aquí no; ¿por qué? Seguramente para demostrarle al planeta que puede hacer las cosas igualmente bien de otra forma y dar una especie de golpe en la mesa, gritar y reivindicarse como hombre de cine más allá de las palabras y los adjetivos.

"Match point" no parece suya pero lo es. Deja de hablar de Dios y señala con dedo acusador al azar, al posibilismo suma de coincidencias, de permutaciones elevadas a categoría determinista, la suerte o la fortuna, sus opuestos desgracia y fatalidad, todo aquello que se acerca a las probabilidades y define el paso del tiempo, ya no es más que la casualidad el factor explicativo: en forma de bola que se distrae en la red para caer en un lado o en otro, el anillo (o pulsera) que no va a parar al río, la desdichada rubia que sube por las escaleras cuando no toca (según la policía) El mensaje como oda al azar ocupa la atmósfera de la película, supone la esencia del guión y un ilustrado como Allen sencillamente sabe hacerlo bien.

Para los menos exigentes en contenidos filosóficos queda un drama con una trama atractiva, puede que con los actores mejor puestos y una Scarlett que para los ojos mundanos, los míos también por supuesto, supera en belleza y poderío sexual a cualquier otra rubia. ¿Dónde cabe el Allen actor? Imposible, sus gafas y su balbuceo dialéctico suponen un personaje que no cabe en Match Point, de manera que quedándose detrás de las cámaras toma la mejor decisión. Por cierto, el crimen perfecto acaba dependiendo de la suerte... asombrosamente genial.