Tom Cruise y su sonrisa de anuncio nos traen una historia de buen rollo vital con personajes que te caen bien nada más salir.
Tuvo cierto éxito y buenas críticas en su día, con su mezcla de drama, comedia y romance parida por James L. Brooks (productor) y Cameron Crowe, que tocaron temas parecidos antes y después, también con buenos y sobrevalorados resultados.
Para mi gusto, no estamos ante historia del cine ni algo que merezca tanto premio, ni tan siquiera está entre los mejores trabajos de Cruise o Zellweger ni de lejos. Pero sí es lo bastante buena, teniendo en cuenta que no me van mucho los relatos cotidianos con personajes normales y corrientes.
Diría que las partes más divertidas son con los secundarios, como el niño de las gafas o el propio Cuba Gooding.
Tom Cruise hace casi de sí mismo. No me cae mal y me gustan casi todas sus películas, pero en algunas (y esta es el caso) da la sensación de ser un ególatra megalómano que se refleja en sus papeles y que no se besa a sí mismo porque no puede. Al menos, Jerry tiene su cambio vital de superación personal, para demostrarnos que el dinero no es lo más importante, aunque a Cruise le salga por las orejas.
Por cierto, detesto las películas sobre deportes, y aún más las de deportes americanos que no me interesan lo más mínimo. Por suerte, el enfoque es empresarial y sobre los representantes. Podría haber sido igualmente de agentes de bolsa, que habría dado lo mismo.
Con todo, tanto ese mundillo como la propia vida personal de Jerry, no terminan de construir un argumento demasiado notable, más allá de algunos momentos esporádicos a lo largo de sus casi dos horas y cuarto.
Y es que, a mitad del film, todo se viene abajo volviéndose un pastel romántico no apto para diabéticos, lleno de clichés y cargado del tedio que me producen semejantes historias.
Termina haciéndose larga y no me invita a volver a verla más veces. Mi nota es un cinco clarísimo. Es una película con algunas escenas buenas diluidas en demasiada mediocridad. Un éxito inmerecido.