Los creadores pensarían que los escualos devoradores de humanos nunca fallan. Hay títulos que cumplen o por lo menos entretienen bastante, como “Deep blue sea”, “A 47 metros”, “Infierno azul” e incluso “Megalodón”.
Y luego está esta cosa, un diámetro de rayo láser por encima de los subproductos de “Asylum” o esas chorradas que emiten en “la sexta” los fines de semana por la tarde.
Solo es buena por los paisajes, que lo único que hacen es estar ahí para que los filmen.
Los personajes son más planos y sosos que la filmografía de Steven Seagal. Sus diálogos tienen menos chispa que un mechero gastado. Entiendo que la gente normal de a pie no habla como en el cine de Guy Ritchie, pero vaya tela que tiene la cosa.
Los actores hacen unas interpretaciones con un talento equivalente al de Leonardo Dantés para la música. Son peores que tener que esperar una cola sin el móvil.
Y ahora, parafraseando al doctor Ian Malcolm de “Jurassic park”, ¿alguna vez se podrán ver tiburones en condiciones en su película de tiburones? El susodicho animalito se ve poco más o menos como Kevin Bacon en “El hombre sin sombra”. Y cuando vemos algo más que su aleta, es un mal gráfico que, desde luego, no está hecho con el motor gráfico “Unreal engine” precisamente, no vaya a ser que por casualidad se parezca mucho a la de Spielberg. Claro que, para eso, ya está la escena del barco medio sumergido.
En fin, aquí solo hay cinco personajes. Si el tiburón se los zampara demasiado pronto la película sería aún más corta de lo que ya es.
Muy mal hecha, aburrida y carente de todo interés, “Tiburón blanco” tan solo consigue que menos de 90 minutos (¿quién quiere ver los créditos por si hay escena después?) se hagan bastante largos. Por cierto, muchos de esos minutos se los pasan calladitos en el bote con cara de pena y pensando en terminar para cobrar e irse a su casa.
Un desastre, vamos.