Darren Aronofsky vuelve a la pantalla grande con una película desbastadora. A ella se le suma un elenco brillante de los cuales destaca la emocionante actuación de Brendan Fraser quien encarna el protagonista y lleva el film en sus hombros.

La historia gira en torno a un profesor de inglés quien sufre de obesidad mórbida la cual le impide moverse con facilidad, y ya percibiendo su evidente declive desea volver a relacionarse con su hija (Sadie Sink) después de años sin verla.

A lo largo de este intenso film se nos irán presentado otros personajes del entorno del protagonista, quienes si bien desean ayudar sus formas e ideologías son muy diferentes. De esta manera se abren las puertas de la reflexión y la disputa ética tomándose el tiempo para tocar otros temas como la homosexualidad, doctrinas religiosas o violencia en redes sociales. No existen blancos y negros en esta historia, es un reflejo de nuestra sociedad, el aceptar y ser aceptado, el perdonar y ser perdonado. Cada uno emprende un camino hacia la salvación, pero para ello cada uno debe comprender cual es el suyo.

Por otro lado, hay que reconocer la increíble técnica del director para resolver una película de casi dos horas la cual transcurre solo en un departamento, algo muy parecido a “The Sunset Limited” del 2011, aunque esta recae más en lo teatral. Es inevitable que parte de la narración se resuelvan desde el dialogo, sin embargo, Aronofsky nos va revelando elementos y espacios que ayudan a la construcción de la trama ya sea por asociaciones visuales o metafóricas y acompaña los momentos de más tención con la utilización de la musical que va in crescendo.

En conclusión, es una película sumamente triste que en ocasiones nos da una luz de esperanza. No espere un espectáculo visual, sino un mar de sentimientos.