Suelen por norma fracasar los remakes americanos de películas europeas, obstando que puedan mejorarse, pero no es el caso.

Ni aún con la conmovedora prestancia de Robert De Niro durante todo el metraje de la película puede salvarse esta vez la cinta protagonizada por un hombre que, últimamente se prodiga en papeles a los que enchufa el piloto automático. Directamente la película es mala a más no poder.

Pero el caso fenomenal es que este señor no tiene ni que gesticular o hacer mueca, ni siquiera parpadear para resultar convincente porque en él reposa el don de la interpretación más pura. De Niro se ha hecho capaz de convertir en ritual, lo no habitual. Es tan grande que se permite robar 90 minutos a un metraje aplicándose la ley del mínimo esfuerzo y sin embargo arrancando una lagrimilla. En todo caso lo consigue él, nunca la película.

El automático De Niro sacude emociones… ¿qué no hará sobre las tablas de un teatro? ¿o cuando vuelva al cine de verdad? Soñar no cuesta nada y no deseo que corra el tiempo desaceleradamente pero… el qué pasará cuando De Niro peine más y más canas y se ponga panza arriba arañando las mejores interpretaciones de Welles o de Brando o de otros…, eso! ¡Eso sí quiero verlo!

La película: para el estado de ánimo de cualquier persona que necesite un un tazón de cholocolate – porque el cuerpo se lo pida- se digiere, no se paladea, empalaga lo suyo.