El recientemente fallecido Sidney Lumet -en paz descanse- se especializó, al parecer y según llevo leyendo, en historias pequeñas en apariencia a las que dotaba, con la ayuda de un buen guión -"rara avis", oiga-, de un toque de lo más particular, en el sentido de que lo narrado no se amoldaba por completo a los patrones cinematográficos más convencionales. Ahí tenemos, en este caso, la elección de un artículo periodístico como motor de toda la historia, y el optar por narrar ésta sin cambiar en ningún momento de escenario, factor que ya le reportara excelentes resultados en Doce hombres sin piedad, por poner un ejemplo. Pero hay más, pues no es sólo en la escenografía donde se nota la particularidad de este atraco que, a la postre, acaba resultando secundario, dando paso a un perfecto análisis de personajes y situaciones que descuadran al espectador, malacostumbrado a robos impecables que son el culmen de lo "cool". Es en el propio guión, como digo, donde uno se percata del verdadero valor de lo que está viendo, pues ya desde el arranque de la cinta se presiente esa rareza, a caballo entre la parodia* y el realismo más patético (por creíble y efectivo) que lidera, como tantos otros ya han comentado, un inconmesurable Pacino, genial en su caracterización de ese atracador que se lleva a las masas de calle, y con ellas al mismo patio de butacas.

Así pues, excelente ritmo y planificación de escenas para un producto cuyo poder de sugestión sólo es entendible una vez se experimenta. Cojonuda película, señor Lumet. Allá donde estés.