Sr. Steven, qué bien resume toda la película en una sola frase: “En aquellos tiempos era el mundo el que entraba en Darglinton Hall”. Tiene razón, y ahora lo echa de menos, ¿Verdad?

Esta preciosa película trata de recuperar el tiempo perdido, y nos relata la historia del Señor Stevens, interpretado por el grandilocuente Hopkins, y tirando de ironía, del desenfreno constante de sus sentimientos. Un loco de la vida, vamos. El típico mayordomo servicial, cuadriculado y leal, que escucha lo que tiene que escuchar, hace lo que tiene que hacer y siempre está donde tiene que estar. Posiblemente el ideal de la deshumanización por parte del trabajo.

Pobre Sr. Stevens, está sólo y no puede sentirlo, ¿quién lo salvará? Aquí es cuando Dios (en este caso Ivory) pone en el tablero a la Srta Kenton, la ama de llaves interpretada por Emma Thompson. Sus flores y su ráfaga de humanidad hacen recordar, o más bien revelan al Sr Stevens que hay algo más en este mundo que el trabajo.

El proceso mediante el cual evolucionan los sentimientos de los protagonistas es digno de llamarse primavera. Que esto coincida con la segunda guerra mundial hace que suene raro, pero no lo es. Y cómo lo interpreta Hopkins… Madre mía.

Además, dejando a un lado todo lo trascendental, la película muestra muy bien la alta nobleza, los planos amplios de las habitaciones, las tensiones entre personajes… Es curioso ver la farándula de la alta esfera en tiempos de la segunda Guerra Mundial, y justo es eso lo que le da a la película una buena excusa para potenciar la falta de sentimientos en el Sr. Stevens, y de paso, ponerle la salsilla que todo film necesita.

Como veis, esta película es de las que se cocinan a fuego lento, pero bien cocinadas. No hace falta que el señor Stevens saliera para ver el mundo, era el mundo, él solito, quien entraba a Darglinton Hall. Y ahora, Sr. Steven, lo echa de menos, ¿Verdad?