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Vivoleyendo rating:
7

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7
6.1
1,939
October 9, 2011
October 9, 2011
12 of 13 users found this review helpful
Tornatore vuelve una vez más a su juventud en Sicilia y filma un mosaico barroco, tierno, rudo, romántico, bullanguero, supersticioso, esperanzado, desilusionado, pleno de hambres y vendettas, luchas y griterío, maldiciones, juramentos, insultos, burlas, gente que se quiere o se odia a su ruidosa manera, niños contestones y rapazuelos de ojos colmados de sed, mayores agobiados de problemas, carencias y golpes de una suerte demasiado adversa. El pulso de Bagheria desde el ascenso del fascismo hasta la actualidad es el latido de toda una isla dotada de unas señas de identidad que ya conocemos gracias a obras como “El gatopardo” de Lampedusa, o la gran ópera prima de Tornatore, “Cinema Paradiso”.
El devenir de Peppino Torrenuova y los suyos compone una red profusa de situaciones por las que Italia atravesó durante gran parte de un siglo veinte convulso. Tan nostálgico como irónico, y sobre todo retratista del carácter de un pueblo singular, del que ha sabido exprimir (aunque quizás con excesiva aceleración y confusión) sus rasgos chocantemente y escandalosamente humanos, Tornatore evoca las hambrunas, los campesinos apaleados, los niños que maduraban prematuramente con los trancazos de la pobreza, la mafia opresora, los fascistas que no consiguieron lavar el cerebro del todo a unos aldeanos analfabetos y resabiados, las costumbres locales, las supercherías, las tradiciones recalcitrantes, el abrazo del comunismo al que se agarraron muchos sicilianos aunque no fuera nada más porque estaban hartos de la mafia y de los caciques y políticos corruptos.
Los ciclos vitales giraban en Baarìa, o Bagheria, igual que siempre y que en todas partes, nacimiento, infancia, juventud, amor, tragedia, inquietudes por un futuro en el que todos aspiramos a encontrar algún jirón de felicidad, pillos traviesos jugando en las calles y robando frutas en los campos de los terratenientes, vendedores pregonando, mujeres de luto, jóvenes casaderos heridos por los dardos de la pasión, viejos reunidos en las cantinas, guerras, pérdidas, ausencias, migraciones, mítines políticos en las plazas, gritos, discusiones, risas, bromas, provocaciones y llantos, el fuerte viento arrastrando el polvo, las piedras antiguas de los monumentos esculpidas con resistente belleza, las humildes viviendas.
Y entre tanto ruido sólo los ojos hablan en silencio, los de Peppino y los de Mannina, los de Michele, Angela y Pietro, los de Ninno, Cicco y la nonna.
Son en realidad esos dos pequeños espejos redondos los que más cosas dicen, cuando la verborrea no alcanza a expresar pensamientos impronunciables, emociones que sólo se entienden en un brevísimo intercambio de miradas compartido como un secreto de los de guardar bajo llave.
Tal vez no hay diferencia entre soñar la vida y vivir un sueño.
Cuando uno crece se da cuenta de algo: que los tesoros ocultos de las leyendas no están ahí para ser encontrados, sino para ser buscados.
El devenir de Peppino Torrenuova y los suyos compone una red profusa de situaciones por las que Italia atravesó durante gran parte de un siglo veinte convulso. Tan nostálgico como irónico, y sobre todo retratista del carácter de un pueblo singular, del que ha sabido exprimir (aunque quizás con excesiva aceleración y confusión) sus rasgos chocantemente y escandalosamente humanos, Tornatore evoca las hambrunas, los campesinos apaleados, los niños que maduraban prematuramente con los trancazos de la pobreza, la mafia opresora, los fascistas que no consiguieron lavar el cerebro del todo a unos aldeanos analfabetos y resabiados, las costumbres locales, las supercherías, las tradiciones recalcitrantes, el abrazo del comunismo al que se agarraron muchos sicilianos aunque no fuera nada más porque estaban hartos de la mafia y de los caciques y políticos corruptos.
Los ciclos vitales giraban en Baarìa, o Bagheria, igual que siempre y que en todas partes, nacimiento, infancia, juventud, amor, tragedia, inquietudes por un futuro en el que todos aspiramos a encontrar algún jirón de felicidad, pillos traviesos jugando en las calles y robando frutas en los campos de los terratenientes, vendedores pregonando, mujeres de luto, jóvenes casaderos heridos por los dardos de la pasión, viejos reunidos en las cantinas, guerras, pérdidas, ausencias, migraciones, mítines políticos en las plazas, gritos, discusiones, risas, bromas, provocaciones y llantos, el fuerte viento arrastrando el polvo, las piedras antiguas de los monumentos esculpidas con resistente belleza, las humildes viviendas.
Y entre tanto ruido sólo los ojos hablan en silencio, los de Peppino y los de Mannina, los de Michele, Angela y Pietro, los de Ninno, Cicco y la nonna.
Son en realidad esos dos pequeños espejos redondos los que más cosas dicen, cuando la verborrea no alcanza a expresar pensamientos impronunciables, emociones que sólo se entienden en un brevísimo intercambio de miradas compartido como un secreto de los de guardar bajo llave.
Tal vez no hay diferencia entre soñar la vida y vivir un sueño.
Cuando uno crece se da cuenta de algo: que los tesoros ocultos de las leyendas no están ahí para ser encontrados, sino para ser buscados.