Hitchcock, el rey del suspense, dirigió esta vez sus miras a la Guerra Fría y al Telón de Acero, uno de los temas más en boga en los años sesenta. La palpable enemistad entre el bloque occidental (capitaneado por los Estados Unidos) y los regímenes comunistas (cuya máxima representante era la Unión Soviética), dio origen a una guerra sucia que embadurnó todos los ámbitos de la vida corriente, del pensamiento, de la manera de concebir el mundo, y de los servicios de inteligencia.
Los bandos estaban férreamente marcados, y un buen norteamericano que se preciara de serlo, crecía mamando el odio hacia los Estados comunistas de Europa del Este. En el otro extremo, cualquier comunista que se preciara de serlo, crecía mamando el odio hacia los Estados Unidos. Mundos opuestos entre los que la distancia geográfica era la menor en comparación con otras clases de distanciamiento.
En un cabo de la tensa cuerda, o en un borde del acerado telón, el cantado y elogiado (aunque en la práctica no pocas veces contradictorio y deficiente) paradigma del capitalismo, de la democracia y del Estado de derecho y del bienestar. En el otro cabo o borde, el comunismo represor en el que todas las miserias (ya que no cabía hablar de riquezas, sin referirse solamente a las materiales) debían ser compartidas en un plano de “igualdad”. Todos igual de esclavos, y todos igual de pobres (al menos, los infelices diablos de a pie).
Ante tanto antagonismo, la paranoia internacional se recrudeció hasta cotas ilimitadas. El espionaje y el contraespionaje florecieron como hongos en otoño. Redes de organizaciones clandestinas en Europa Oriental ayudaban a los espías infiltrados y a los disidentes a escapar de las ratoneras.
Michael Armstrong es un prestigioso físico de la Universidad de Chicago que emprende un viaje con finalidades envueltas en un alto secreto, que ni siquiera debe desvelar a su novia y prometida, su ayudante Sarah Sherman…
Alta intriga, espías, informaciones clave que sonsacar, y persecuciones a ritmo cada vez más endiablado por la República Democrática Alemana y su capital, Berlín Este, presidida por el Muro de la Vergüenza.
Desde el punto de vista suspicaz de las hostilidades y las ruinas tras las nefastas grandes guerras del siglo veinte, Hitchcock retrató la Guerra Fría con su pulso característico.