"Papillon" es uno de los clásicos exponentes del cine de aventuras de los setenta, centrado en el inhumano régimen carcelario que Francia mantuvo en la Guayana Francesa, y en las inquebrantables ansias de supervivencia y de libertad de un hombre condenado por un asesinato que no cometió.
"Papillon", el presidiario con la mariposa tatuada en el pecho, es resistente como un hilo de acero, posee una determinación que le insufla fuerzas cuando todo parece perdido, y un sentido de la lealtad que le granjea la amistad de Luis Dega, un falsificador miope, adinerado, culto y sensible.
Pudriéndose como las ratas en el inmundo antro de la prisión, soportando el inhóspito clima tropical, Papillon alimenta propósitos de fuga...
Schaffner llega a provocar escalofríos con esa cruda exposición de la vida carcelaria bajo condiciones que harían temblar incluso a los más aguerridos. Pone en evidencia la brutalidad y la carta blanca que ciertos países colonizadores se permitían en sus remotas colonias, lo suficientemente lejanas para poder saltarse todas las leyes fundamentales y los derechos humanos sin tener encima los ojos y dedos acusadores de una civilización occidental de por sí bastante ciega e indiferente. Ensalza el valor de la amistad y de la honestidad. Y ofrece todo un recital de supervivencia contra todo pronóstico.
Porque hay personas que tienen dentro de sí una fiera llama que no se apaga, que continúa brillando pese a todos los aguaceros, pese a la falta de oxígeno, pese a que el cuerpo del que se nutre esté hecho un despojo. Mientras exista en ese cuerpo quebrantado un alma decidida, la llama no se apagará. E iluminará un loco sueño de libertad casi imposible.
El único crimen que Papillon ha cometido en su vida es el de haberla malgastado.
A veces la posibilidad de morir en la huida es mejor perspectiva que vivir muriendo.