La película empieza bien, con un planteo interesante sobre el ataque de tiburones a una ciudad costera exponiendo una disyuntiva ética compleja: si el mantener las playas abiertas para no perjudicar el ingreso económico que el turismo acarrea o si cerrar las mismas para preservar la integridad física de las personas.
Pareciera una cinta compleja, creíble y dramática, con mucho trasfondo psicológico hasta que las variantes mutan hacia el disparate exagerado tan propio de la mayoría de las cintas comerciales de Spielberg. Allí cuando el oceanógrafo, el caza-recompensas y el jefe de policía se suben al bote "Orca" para terminar con el escualo devorador, concluye cualquier atisbo de película seria y sobria para dar rienda suelta a un duelo aparatoso, fanfarrón y absolutamente alejado de cualquier lógica y sentido común. A partir de ese momento la película deriva en un típico producto de entretenimiento liviano que se centra en la acción, el vértigo y algunas secuencias muy bien rodadas que hasta el día de hoy impactan por su emotividad. Hay que reconocer que Spielberg sabe hacer cine masivo, y logra una atmósfera agobiante gracias también al importantísimo aporte de la tensa y opresiva banda sonora de su incondicional compositor John Williams.
Un filme que marcó generaciones por su dinamismo, su tono angustiante y la capacidad creativa de un director para poner en pantalla situaciones atractivas (aunque tan enemistadas con el sentido común). Una pena que sus alternativas no estén cargadas de la compostura y coherencia suficientes como para no descender su calidad hasta el simple entretenimiento chabacano sin más.