Con una premisa que parece carne de telefilm de domingo por la tarde, John Boorman demuestra que es un director de pulso magnífico. Un grupo de amigos decide exponerse a un fin de semana ante la naturaleza. El inicio no puede ser más prometedor, incluyendo un duelo de banjos entre uno de los protagonistas y un chico local, en una escena repleta de magia y amor por la música.

Progresivamente, irán adentrándose en un feroz marco de la supervivencia y atrapando al público con ellos. La dirección de intérpretes es magnífica, especialmente en el caso de Burt Reynolds, quien firma uno de sus mejores papeles como el más intrépido del grupo, alguien que quiere volver a ponerse en contacto con su lado más salvaje.

Pese a ello, la voz cantante la lleva Jon Voight, un actor del que está todo dicho (¿cómo olvidar su "Cowboy de medianoche") y que aquí vuelve a dar un clinic. Basta ver su escena con el arco para apreciar un ejercicio de transmitir tensión de manera excelente.

Un fuerte naturalismo y animalismo en los bajos instintos sumerge cada secuencia, de una forma descarnada y sin compasión, exhibiendo que nuestras capas de civilización pueden perderse con apenas un pequeño terremoto en un lugar alejado de nuestras normas y leyes.

Por si algo faltase, tiene un tercer acto desgarrador y unos diálogos a modo western que son un broche perfecto para un fin de semana pesadillesco.