¿Qué podría ser mejor que cruzar el desierto de Nevada a 260 kilómetros por hora en una obra de arte como es un Dodge Challenger blanco del 70?. Pocas cosas podrían superar la sensación de libertad de rodar a tales velocidades por esas carreteras desiertas, aunque también pocas cosas son tan difíciles de realizar para un tipo corriente. Sin embargo, siempre nos quedará esta obra maestra de las road movies para poder soñar despiertos.

Kowalski es un ex-piloto de carreras que se dedica a llevar coches de ciudad en ciudad. Un taller de Denver, al pie de las montañas Rocosas, le encarga llevar un precioso Dodge Challenger hasta San Francisco. Sin embargo, Kowalski no piensa pisar el freno (ni parar a dormir) para llegar cuanto antes a la ciudad californiana en un viaje suicida huyendo de su pasado y, en especial, de algún infausto recuerdo que ya ha marcado su destino. La velocidad es lo único que puede aliviar y evadir a Kowalski mientras es perseguido por la policía de tres estados y se gana el apoyo de cientos de ciudadanos anónimos que ven en nuestro protagonista un símbolo de libertad.

La película goza de un ritmo vertiginoso, especialmente en una primera mitad trepidante huyendo de policías y algún otro amante de la velocidad. En la segunda mitad, el ritmo baja un poco para entrar en una parte donde las reflexiones del DJ negro nos ayudan a engrandecer nuestra empatía con el protagonista. Sin embargo, los kilómetros y las persecuciones se suceden a velocidades de vértigo hasta el previsible pero inevitable final. Todo ello acompañado de unas imágenes increíbles de la geografía americana que nos aumentarán las ganas de pisar el acelerador la próxima vez que cojamos el coche.

En definitiva, estamos ante una road movie redonda, con un ritmo que te atrapa y con unas imágenes y planos maravillosos. Obra maestra del género.