Fantasía en la que se demuestra que un largometraje es un aliado extraordinario para conseguir cualquier propósito que un buen director pretenda. La cinta está fechada en 1946 y seguramente en aquellos años este concepto, aunque se sospechaba, aún no estaba claro del todo.

La interpretación es magnífica, la transición de planos irreprochable, la luz, el montaje, el vestuario, los recursos todos, en definitiva, en manos de Capra se agrandan hasta alcanzar cotas excelentes.

Pero su duración resulta algo desmesurada (más de 120 minutos) aunque es capaz de mantener dignamente la atención del espectador.
También se le debe reprochar su tratamiento excesivamente maniqueo.

Claro que se trata de una historia navideña y hay quien, es estas fechas, se concede cierta licencia.

Así que, para ver si los ángeles se acuerdan de mí, echaré una miradita hacia las estrellas, partiré una barra de turrón, descorcharé una botella de buen caldo y nunca negaré que me alegro de haber visto esta película.