“Una partida de campo” tiene la apariencia de una película inocente. Una de ésas de domingo por la tarde y para toda la familia. El principio puede parecer encantador, de una amabilidad exacerbada por parte de todos los personajes y de una cortesía muy grande entre todos ellos. Esta sensación se diluye rápidamente y el espectador pronto se empieza a dar cuenta de que las intenciones de los dos amigos con hija y madre no esconden nada bueno.

Con el cebo de la barquita y las cañas de pescar, los dos hombres consiguen alejar a los hombres y quedarse a solas con las mujeres. Ya tienen vía libre para intentar cualquier cosa. La mera excursión de la muchacha con uno de los hombres está perfectamente planeada por él para que en esa islita nadie les pueda molestar y no sean escuchados. La joven chica se sorprende de él y a medio camino entre el “si” y el “no” finalmente lo rechaza un poco asustada, un poco emocionada por la situación.

Renoir quiere acercarse también con esta película a la pintura de su padre con su fotografía y sus encuadres a la vez que le da un toque filosófico a su obra al retratar la brevedad del momento, la fugacidad de la vida y los instantes que se escapan de nuestras vidas y ya no vuelven nunca más.

Una película bella a la vez que perversa e inteligente.