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Críticas 72
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
4
10 de octubre de 2021
179 de 257 usuarios han encontrado esta crítica útil
En sus afanes por expandir el mercado asiático, Netflix ha decidido elevar a superproducción la que ya es una serie de moda a nivel mundial. Parece que esto ha generado emociones encontradas entre los surcoreanos, divididos entre el orgullo de ser los primeros en algo pero afectados por la visión del país (igual que pasó con Parásitos) que se exporta al extranjero.

No es de extrañar. La OCDE sitúa a la convulsa Corea del Sur como uno de sus países miembros más desiguales. Tras la devastación sufrida primero en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y después en la Guerra de Corea (1950-1953), el país culminó la concentración del capital necesaria durante la dictadura militar de Park Chung-hee (1961-1979), con lo que pudo despegar hacia lo que es hoy viviendo dos décadas (1980, 1990) de expansión económica a costa de una fuerte intervención colonial del capital norteamericano. La crisis financiera de 1997 se resolvió con más intervención norteamericana (nos suena) y más precariedad laboral.

El abismo entre el triunfo capitalista y el fracaso marginal, es una realidad palpable en nuestro mundo y particularmente en Corea del Sur con sólo mirar ciertas estadísticas. Más del 30% tienen empleos para los que están sobrecualificados en un país donde el 60% de los estudiantes obtiene un título universitario. Precios de la vivienda prohibitivos y alquileres salvajes estilo “chonsei” para que la gente viva hacinada y eso les cueste la mitad del salario (también nos va sonando). Una de las tasas de suicidios e incidencias laborales más altas de la OCDE. En el año de la pandemia más de trece mil personas se quitaron la vida.

Imbuido de esta realidad, el guionista y director Hwang Dong-hyuk, declara haber visualizado la historia cuando al pasar apuros económicos trató de imaginar si estaría dispuesto a apostar jugando a vida o muerte. Él mismo aclara que ha tratado de hacer una sátira sobre el capitalismo. El problema y lo realmente preocupante es que una sociedad tan empapada de los principios que alimentan el abismo social capitalista y cuya referencia de la alternativa socialista es el esperpento fraternal del norte, sólo puede hacer sátiras del capitalismo reproduciendo en ellas los mismos principios que aspira a denunciar.

Al igual que pasa con Parásitos, el tramo inicial resulta atractivo y adictivo, hasta que a partir del tercer o cuarto capítulo comenzamos a intuir las trampas que encierra el discurso de fondo. Es como escuchar los consejos para dejar de fumar que te da alguien que sigue fumando como un carretero.

La serie no es apta para cardíacos y nada recomendable para los que usamos las ficciones de Netflix para desconectar después de un día laboral antes de irnos a dormir. Un acabado visual potente (con muchos plagios a Stanley Kubrick), violencia extrema muy explíticita a ratos desagradable, buen trabajo de interpretación y un ritmo trepidante enganchan a espectadores (ojo porque sobre todo jóvenes) de todo el mundo. Muy interesados en saber cómo acabará el bueno de Seong Gi-hun metido en semejante distopía.

Pero detrás de todo el barullo que ha generado, sólo queda el lamento inconsolable de una sociedad herida de muerte. Porque la idea que da a luz a la serie se ha tragado y reproduce el veneno principal del capitalismo: el cuento de que todos somos igual de egoístas si llega el caso y por lo tanto tan culpables de lo que pasa como la logia macabra de la bacanal de oligarcas que se ríen de nuestras desgracias. ¿No apostabas tú a los caballos? Ésa es la venenosa moraleja. El embuste burgués de que las condiciones salvajes a las que nos expone a todos el capital son propias al género humano. Sólo uno entre miles trata de proponer la cooperación y la solidaridad, razón por la que acaba en la fosa del fracaso. Una visión distorsionada de nuestra realidad donde lo malo llama más la atención y queda amplificado, mientras que el trabajo y la solidaridad cotidiana que sostiene el mundo queda olvidada y enterrada bajo capas de cemento, y no suele ser elegida por la industria audiovisual.

Existe otro veneno que pone en circulación esta serie. En su alegoría sobre la democracia burguesa vuelve a reproducir sus valores sin deslindarse apenas un metro. Ustedes están aquí porque lo han elegido. Han venido por su propia cuenta. Como si estar al borde del abismo no tuviera nada que ver con el trágala de los protagonistas. Como si las condiciones de vida de este mundo fueran aceptadas democráticamente por los pobres y no impuestas forzosamente por los que se enriquecen a su costa.

Y finalmente, después de habernos dicho que la competencia capitalista es capaz de trasformarnos a todos en asesinos, resulta que lo mismo da ser rico que pobre, porque te acabas aburriendo de ser rico. Retorcidas ideas de una sociedad que se siente sin escapatoria.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Tan sin escapatoria que los finales tienen que ser necesariamente igual de desalentadores. La pretendida sátira de la serie hubiera funcionado igual si el equipo que coopera hubiera triunfado. Si el bien se hubiera impuesto sobre el mal. E incluso podrían haber premiado el padecimiento del espectador con el “happy end” que todos queríamos. Estaríamos entonces ante una sátira algo rebelde, en lugar de una cantinela resignada.

Además, para arrastrarnos hacia el trauma coreano de la guerra fratricida, los subterfugios narrativos y los flecos implausibles del guión van trufando la historia hasta hacerla increíble. Primero parece todo controlado herméticamente. Después puede haber hasta una submafia de órganos que se cuela por las puertas traseras. Primero tienes que montar un número para ir al lavabo, después puede ser un escondite sexual durante horas. Primero los ganadores del juego se repartirán las ganancias. Después “sólo puede quedar uno”. El giro final del anciano está tan forzado que ha dejado un reguero de incógnitas. ¿Fue a cenar al barrio del protagonista para esperarlo porque le “gustaba jugar con él”? ¿Simuló la meada o se meó encima de verdad? Demasiado infantil.

Tiene que ser todo tan desalentador como para que un anciano que nació pobre y por su edad ha vivido la guerra, la dictadura, las huelgas, las crisis y la devaluación del won, se acabe convirtiendo en el líder nazi de una ópera macabra. Y qué más.

Finalmente, el protagonista parece no haber aprendido nada y acabar igual de cansino que empezó. ¿No tenía una deuda con la bella Kang Sae-byeok de cuidar a su hermano? ¿Por qué demonios no se compró una casa al día siguiente y esperó un año hasta acordarse del hermanito huérfano de la norcoreana? ¿Ya no está deseoso de cumplir sus compromisos con su propia hija? Todo traído por los pelos para retorcer las cosas hasta el delirio. Infumable y forzosamente trágico.

Es posible que haya alguna minoría entre el público adulto que pueda disfrutar esta ficción sin sentirse aturdido por la ideología torticera que pone en circulación, pero es dramático que sea lo más visto en Netflix y esté siendo aplaudida y visionada por una mayoría juvenil sin ningún cuidado del discurso miope que la ha parido. Más triste que todo el mérito que encierra el imaginativo guión, la puesta en escena, el reparto de actores, la música y los efectos, se vayan a traición inconsciente por el desagüe de las moralejas radioactivas que la industria audiovisual elige interesadamente. Vayan preparándose porque el disfraz que los jóvenes se pondrán este año en Halloween ya sabemos cuál será.
16 de diciembre de 2021
78 de 88 usuarios han encontrado esta crítica útil
A sus casi ochenta años, el mismísimo Barry Levinson firma (entre sus co-creadores y directores) esta serie sobria, pausada, atractiva, anticapitalista y coral con un reparto más cualitativo de lo que puede parecer a simple vista. Adaptando un libro que no dudo que vaya a aumentar mucho sus ventas próximamente.

Cada capítulo va desmenuzando por partes una trama de rabiosa actualidad sin temor a saltar de una época a otra y de unos personajes a otros. Eso quizá resta enganche al primer episodio que nos coge un poco desprevenidos porque no hace concesión alguna al espectador despistado.

Pero poco a poco las distintas tramas cuya convergencia se adelanta desde el principio van profundizando más y más, presentadas con una foto y un ritmo ansiolíticos que no merman la gravedad de lo que nos están contando. Alcanzando memorables escenas como cuando Batman llega a sacudir al repeinado de Narnia. Redescubrimos que Michael Keaton siempre fue buen actor y el tiempo le ha dado la razón. Que Rosario Dawson da para mucho. Otros actores a priori menos llamativos también sorprenderán por su versatilidad, como Michael Stuhlbarg cuya teatralización del Doctor Jekyll de la repugnante familia Sackler está a años luz del entrañable padre de Call me by your name.

Es cierto que el discurso de fondo está escrito para la sociedad de EEUU bastante menos consciente que la nuestra. Las puertas giratorias o la connivencia del Estado con el capital monopolista es algo que en España sabe hasta la gente de derechas, y eso hace que a veces la serie pierda un poco de tono. Aún así conforme avanza no dejará de sorprendernos el poco decoro con el que se llega a estafar al personal para hacer negocios sucios. Además de que la madurez del mensaje le añade un punto de sarcasmo que sustituye suficientemente sus carencias de humor explícito.

Pero es que lo mejor (o lo peor) de Dopesick es que todo lo que nos están contando es cierto y puede que hasta una versión light de la realidad, para que podamos conciliar el sueño después, porque si nos contaran todo o nos dieran algunos detalles más posiblemente apagaríamos la TV con ganas de volver a acampar en Sol.

Creo que no deben perdérsela. No esperen grandes artificios, ni mucha pirotecnia. Sólo una buena historia bien contada y que es saludable conocer para recordar en qué mundo vivimos.
3 de octubre de 2022
28 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay que recordar a los curiosos que el creador de esta serie (Tony Gilroy) además de ser el creador de Rogue One (la mejor peli de Star Wars desde la trilogía clásica) viene de ser guionista de las pelis de Jason Bourne. Gilroy tiene más de sesenta tacos, así que su experiencia con el universo Star Wars no es la de un niño fan freaky que se ha hecho mayor, sino más bien la excusa de un adulto para entrar en la ciencia ficción.

Dicho esto, aclaremos que Disney tiene montado un tinglado impresionante para la producción audiovisual del universo Star Wars, además de diversificar la factura aprovechando las ideas y el talento de nuevos por estos lares (como Favreau) y mucha peña fan de Star Wars con ganas de hacer cosas nuevas. Todo ello pasando siempre por el indiscutible vistobueno de Katheleen Kennedy que también lleva en el negocio un buen kilometraje acumulado.

Rogue One trataba de responder una buena pregunta: qué era la Alianza Rebelde antes de que Obi Wan mostrara a Luke el camino de la Fuerza. Desde la llegada de Luke y Leia a las barricadas, todo fue un éxito tras otro, el imperio construía Estrellas de la Muerte y la Alianza Rebelde las destruía una detrás de otra mientras el Reverso Tenebroso languidecía.

Pero antes de aquella época gloriosa hubo una época oscura. Una época donde la Galaxia estaba dominada por el Imperio con mano de hierro y sin la caballería Jedi los rebeldes no eran más que un grupo de bandas diversificadas que aspiraban al boicot en el mejor de los casos. Así nació la premisa de Rogue One, que nos mostraba que sin un Jedi al frente, Vader era poco menos que todopoderoso.

Con la moda reabierta por Mandalorian, el universo Star Wars acerca otras miradas posibles. Andor es más bien una excusa para hacer pelis del espacio. Aprovecha de Star Wars lo justo pero no quiere ser Star Wars. Quiere ser otra cosa. Diego Luna aparece en los créditos como productor ejecutivo y parece que ha sabido leer mejor que nadie el éxito de Rogue One y decirle a Disney, chicos, aquí tenéis tema.

Así que, todavía con unos pocos episodios liberados en plataforma, podemos decir que Andor es para ver despacito, hay capítulos que se limitan a presentar personajes o introducirnos a la trama. Otros son aventuras al viejo estilo. El tono puede decaer para según qué público, pero los auténticos fans disfrutan del desarrollo del universo Star Wars sin remiendos infantiles. Han optado por no usar stagecraft para su filmación, lo cual tiene ventajas, por ejemplo, evita la tendencia a sacar bichos gratis. Veremos a más personajes humanos en Andor que en cualquier otra cosa de Star Wars. Menos alienígenas y más seriedad. De momento mola bastante.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Una vez terminada, podríamos añadir un par de puntos.

Son doce capítulos con cuatro arcos narrativos, climax en los episodios de la primera fuga de Andor con El Eje, el capítulo del robo en Aldani, el del motín carcelario y el último. Los episodios que llevan a esos climax pierden tono, pero nos recuerdan que es una serie para adultos.

Contra los tiroteos blaster de la clásica trilogía, donde las tropas de asalto imperiales caían como moscas y nunca acertaban a los protas, en Andor la cosa toma riendas de cine adulto. Los tiroteos son de verdad. El láser mata a los buenos también. Hay que esquivar las balas bien, no vale ser el bueno para que no te den.

Parece que se reservan para otra temporada una aparición estelar de Lord Vader o del Emperador, sería la leche, en esta temporada se ha echado a faltar.

La serie es de rabiosa actualidad. Decía en una entrevista el propio Diego Luna que aparecen temas como el trato a los inmigrantes, etc. El otro tema álgido de la serie es las desviaciones ideológicas dentro del campo rebelde. La decisión de matar a Andor es sumamente sucia. La serie nos vuelve a dirigir la mirada hacia la contribución de los Jedi en la rebelión contra el Imperio, y como, hasta la llegada de Obi Wan, Luke, Leia y Solo, la alianza rebelde estaba mezclada con gente un poco desviada en sus principios. La trama de Mom Mothma en esta temporada ha resultado bastante vacía, suponemos que la preparan como personaje central de otras temporadas. En esta época de la rebelión, personajes como Mom Mothma (más cercana a los principios luminosos de Leia y Luke) estaban en minoría. Interesantes lecturas del universo Star Wars. Nivel bastante alto de esta serie.
10 de abril de 2022
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Netflix ha conseguido con Los Bridgerton engancharnos a adictos al folletín y la novela rosa de todo el mundo. Lo ha hecho proponiéndonos un anacrónico parque temático para la nobleza británica en el que sólo falta el Ratón Mickey bailando un vals.

En este parque temático de principios de siglo XIX han desaparecido las luchas obreras por quemar fábricas (lo más parecido a una fábrica que aparece es la imprenta que publica los chismes de Lady Whistledown) y la guerra abierta ya por la burguesía contra la nobleza. Lejos de toda esa realidad histórica, el parque Disney Bridgerton, está lleno de negros y hay hasta chinos e hindús. Ésta es quizá la mejor licencia anti histórica de la serie porque hay que ver qué bien les sientan los trajes y los vestidos. Además está rodada en verano para mostrarnos una Inglaterra verde y florida en la que nunca llueve y los días palaciegos son siempre primaverales.

Los obreros y los lacayos de Los Bridgerton (que sólo aparecen como personajes fugaces o figurantes) están encantados de ocupar sus puestos y cocinar para la aristocracia. En realidad, salvo alguna necesidad del guión, sobran estos personajes.

El caso es ponerlo todo al servicio del romance. Aquí lo único de lo que se va a hablar es de amoríos, con todas las pulsiones propias del siglo XXI pero metidas en disfraces y bajo cuatro premisas generales sacadas de las novelas de la pobre Jane Austen que en paz descanse.

Pero el caso es que por eso nos gusta. Porque aquí venimos a ver novela rosa y lo demás me da igual. Si la química entre la pareja protagonista funciona, todo marcha. Algunos personajes secundarios resultan cargantes y de relleno, pero es el impás que necesitamos los adictos hasta que vuelvan a reprimirse las miraditas centelleantes entre el chico y la chica. Lo bueno de las historias de amor reprimido es que la temperatura puede subir explícitamente por las nubes, como en un espectáculo de strip-tease en el que el bailarín o la bailarina se quitan una prenda tan despacio que mantienen a todo el público expectante y boquiabierto.

Pero consiguen al final que nos divirtamos y que su colorido de alguna manera nos anime a ser positivos y elegantes. La decrépita, pusilánime y endogámica aristocracia británica puede estar agradecida a Netflix por este lavado de cara, de entrepierna y desparasitación televisiva, que ayuda a la nueva moda british y a que los adolescentes de todo el mundo tengan una visión romántica y edulcorada de lo que nunca fue la historia.
12 de marzo de 2023
18 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Almas en pena de un pueblo de Irlanda hace cien años es una película lenta que pretende hacer una fábula a través de la historia de unas personas sencillas en el pueblo de una isla.

La historia puede tener algo de gancho al principio, la factura del film busca la belleza visual y la interpretación de Farrel es meritoria. Sin embargo las intenciones de McDonagh y todo su empeño resultan infructuosas. La moraleja es deprimente. El bueno se convierte en malo, porque quiero hacer una película sutil sobre la guerra civil. Pero en las guerras los buenos no se convierten en malos, ésa será la visión infantil del director, pero no la de la realidad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Con el primer corte de dedo la cosa pierde frescura. En los pueblos pasan cosas de lo más abyectas, es cierto, pero que un violinista se ampute un dedo porque no sabe tomarse una copa con un vecino, es bastante inverosimil.

Pero ése no es el problema, el problema es que pierde interés. Cuando los personajes empiezan a hacer cosas surreales, la historia pierde contacto con el público. Porque el público es gente normal que no se amputa dedos, que acepta que un amigo no quiera quedar contigo, acepta que el cura sea imbécil y el policía también. La fábula podría haber resultado pero su propio creador lo tira todo por la borda.

Al final sales con la sensación de haber perdido dos horas. Como digo, sólo vale la pena por ver a Farrel haciendo un papel diferente a lo habitual. Pero tampoco es para morirse ni aunque seas su fan number one.
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