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Voto de armengot:
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35,010
Serie de TV. Thriller. Intriga
Serie de TV (2021-). 9 episodios. Cientos de jugadores con problemas económicos aceptan una extraña invitación para competir en juegos infantiles. Dentro les esperan un premio tentador y desafíos letales.
10 de octubre de 2021
138 de 192 usuarios han encontrado esta crítica útil
En sus afanes por expandir el mercado asiático, Netflix ha decidido elevar a superproducción la que ya es una serie de moda a nivel mundial. Parece que esto ha generado emociones encontradas entre los surcoreanos, divididos entre el orgullo de ser los primeros en algo pero afectados por la visión del país (igual que pasó con Parásitos) que se exporta al extranjero.
No es de extrañar. La OCDE sitúa a la convulsa Corea del Sur como uno de sus países miembros más desiguales. Tras la devastación sufrida primero en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y después en la Guerra de Corea (1950-1953), el país culminó la concentración del capital necesaria durante la dictadura militar de Park Chung-hee (1961-1979), con lo que pudo despegar hacia lo que es hoy viviendo dos décadas (1980, 1990) de expansión económica a costa de una fuerte intervención colonial del capital norteamericano. La crisis financiera de 1997 se resolvió con más intervención norteamericana (nos suena) y más precariedad laboral.
El abismo entre el triunfo capitalista y el fracaso marginal, es una realidad palpable en nuestro mundo y particularmente en Corea del Sur con sólo mirar ciertas estadísticas. Más del 30% tienen empleos para los que están sobrecualificados en un país donde el 60% de los estudiantes obtiene un título universitario. Precios de la vivienda prohibitivos y alquileres salvajes estilo “chonsei” para que la gente viva hacinada y eso les cueste la mitad del salario (también nos va sonando). Una de las tasas de suicidios e incidencias laborales más altas de la OCDE. En el año de la pandemia más de trece mil personas se quitaron la vida.
Imbuido de esta realidad, el guionista y director Hwang Dong-hyuk, declara haber visualizado la historia cuando al pasar apuros económicos trató de imaginar si estaría dispuesto a apostar jugando a vida o muerte. Él mismo aclara que ha tratado de hacer una sátira sobre el capitalismo. El problema y lo realmente preocupante es que una sociedad tan empapada de los principios que alimentan el abismo social capitalista y cuya referencia de la alternativa socialista es el esperpento fraternal del norte, sólo puede hacer sátiras del capitalismo reproduciendo en ellas los mismos principios que aspira a denunciar.
Al igual que pasa con Parásitos, el tramo inicial resulta atractivo y adictivo, hasta que a partir del tercer o cuarto capítulo comenzamos a intuir las trampas que encierra el discurso de fondo. Es como escuchar los consejos para dejar de fumar que te da alguien que sigue fumando como un carretero.
La serie no es apta para cardíacos y nada recomendable para los que usamos las ficciones de Netflix para desconectar después de un día laboral antes de irnos a dormir. Un acabado visual potente (con muchos plagios a Stanley Kubrick), violencia extrema muy explíticita a ratos desagradable, buen trabajo de interpretación y un ritmo trepidante enganchan a espectadores (ojo porque sobre todo jóvenes) de todo el mundo. Muy interesados en saber cómo acabará el bueno de Seong Gi-hun metido en semejante distopía.
Pero detrás de todo el barullo que ha generado, sólo queda el lamento inconsolable de una sociedad herida de muerte. Porque la idea que da a luz a la serie se ha tragado y reproduce el veneno principal del capitalismo: el cuento de que todos somos igual de egoístas si llega el caso y por lo tanto tan culpables de lo que pasa como la logia macabra de la bacanal de oligarcas que se ríen de nuestras desgracias. ¿No apostabas tú a los caballos? Ésa es la venenosa moraleja. El embuste burgués de que las condiciones salvajes a las que nos expone a todos el capital son propias al género humano. Sólo uno entre miles trata de proponer la cooperación y la solidaridad, razón por la que acaba en la fosa del fracaso. Una visión distorsionada de nuestra realidad donde lo malo llama más la atención y queda amplificado, mientras que el trabajo y la solidaridad cotidiana que sostiene el mundo queda olvidada y enterrada bajo capas de cemento, y no suele ser elegida por la industria audiovisual.
Existe otro veneno que pone en circulación esta serie. En su alegoría sobre la democracia burguesa vuelve a reproducir sus valores sin deslindarse apenas un metro. Ustedes están aquí porque lo han elegido. Han venido por su propia cuenta. Como si estar al borde del abismo no tuviera nada que ver con el trágala de los protagonistas. Como si las condiciones de vida de este mundo fueran aceptadas democráticamente por los pobres y no impuestas forzosamente por los que se enriquecen a su costa.
Y finalmente, después de habernos dicho que la competencia capitalista es capaz de trasformarnos a todos en asesinos, resulta que lo mismo da ser rico que pobre, porque te acabas aburriendo de ser rico. Retorcidas ideas de una sociedad que se siente sin escapatoria.
No es de extrañar. La OCDE sitúa a la convulsa Corea del Sur como uno de sus países miembros más desiguales. Tras la devastación sufrida primero en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y después en la Guerra de Corea (1950-1953), el país culminó la concentración del capital necesaria durante la dictadura militar de Park Chung-hee (1961-1979), con lo que pudo despegar hacia lo que es hoy viviendo dos décadas (1980, 1990) de expansión económica a costa de una fuerte intervención colonial del capital norteamericano. La crisis financiera de 1997 se resolvió con más intervención norteamericana (nos suena) y más precariedad laboral.
El abismo entre el triunfo capitalista y el fracaso marginal, es una realidad palpable en nuestro mundo y particularmente en Corea del Sur con sólo mirar ciertas estadísticas. Más del 30% tienen empleos para los que están sobrecualificados en un país donde el 60% de los estudiantes obtiene un título universitario. Precios de la vivienda prohibitivos y alquileres salvajes estilo “chonsei” para que la gente viva hacinada y eso les cueste la mitad del salario (también nos va sonando). Una de las tasas de suicidios e incidencias laborales más altas de la OCDE. En el año de la pandemia más de trece mil personas se quitaron la vida.
Imbuido de esta realidad, el guionista y director Hwang Dong-hyuk, declara haber visualizado la historia cuando al pasar apuros económicos trató de imaginar si estaría dispuesto a apostar jugando a vida o muerte. Él mismo aclara que ha tratado de hacer una sátira sobre el capitalismo. El problema y lo realmente preocupante es que una sociedad tan empapada de los principios que alimentan el abismo social capitalista y cuya referencia de la alternativa socialista es el esperpento fraternal del norte, sólo puede hacer sátiras del capitalismo reproduciendo en ellas los mismos principios que aspira a denunciar.
Al igual que pasa con Parásitos, el tramo inicial resulta atractivo y adictivo, hasta que a partir del tercer o cuarto capítulo comenzamos a intuir las trampas que encierra el discurso de fondo. Es como escuchar los consejos para dejar de fumar que te da alguien que sigue fumando como un carretero.
La serie no es apta para cardíacos y nada recomendable para los que usamos las ficciones de Netflix para desconectar después de un día laboral antes de irnos a dormir. Un acabado visual potente (con muchos plagios a Stanley Kubrick), violencia extrema muy explíticita a ratos desagradable, buen trabajo de interpretación y un ritmo trepidante enganchan a espectadores (ojo porque sobre todo jóvenes) de todo el mundo. Muy interesados en saber cómo acabará el bueno de Seong Gi-hun metido en semejante distopía.
Pero detrás de todo el barullo que ha generado, sólo queda el lamento inconsolable de una sociedad herida de muerte. Porque la idea que da a luz a la serie se ha tragado y reproduce el veneno principal del capitalismo: el cuento de que todos somos igual de egoístas si llega el caso y por lo tanto tan culpables de lo que pasa como la logia macabra de la bacanal de oligarcas que se ríen de nuestras desgracias. ¿No apostabas tú a los caballos? Ésa es la venenosa moraleja. El embuste burgués de que las condiciones salvajes a las que nos expone a todos el capital son propias al género humano. Sólo uno entre miles trata de proponer la cooperación y la solidaridad, razón por la que acaba en la fosa del fracaso. Una visión distorsionada de nuestra realidad donde lo malo llama más la atención y queda amplificado, mientras que el trabajo y la solidaridad cotidiana que sostiene el mundo queda olvidada y enterrada bajo capas de cemento, y no suele ser elegida por la industria audiovisual.
Existe otro veneno que pone en circulación esta serie. En su alegoría sobre la democracia burguesa vuelve a reproducir sus valores sin deslindarse apenas un metro. Ustedes están aquí porque lo han elegido. Han venido por su propia cuenta. Como si estar al borde del abismo no tuviera nada que ver con el trágala de los protagonistas. Como si las condiciones de vida de este mundo fueran aceptadas democráticamente por los pobres y no impuestas forzosamente por los que se enriquecen a su costa.
Y finalmente, después de habernos dicho que la competencia capitalista es capaz de trasformarnos a todos en asesinos, resulta que lo mismo da ser rico que pobre, porque te acabas aburriendo de ser rico. Retorcidas ideas de una sociedad que se siente sin escapatoria.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Tan sin escapatoria que los finales tienen que ser necesariamente igual de desalentadores. La pretendida sátira de la serie hubiera funcionado igual si el equipo que coopera hubiera triunfado. Si el bien se hubiera impuesto sobre el mal. E incluso podrían haber premiado el padecimiento del espectador con el “happy end” que todos queríamos. Estaríamos entonces ante una sátira algo rebelde, en lugar de una cantinela resignada.
Además, para arrastrarnos hacia el trauma coreano de la guerra fratricida, los subterfugios narrativos y los flecos implausibles del guión van trufando la historia hasta hacerla increíble. Primero parece todo controlado herméticamente. Después puede haber hasta una submafia de órganos que se cuela por las puertas traseras. Primero tienes que montar un número para ir al lavabo, después puede ser un escondite sexual durante horas. Primero los ganadores del juego se repartirán las ganancias. Después “sólo puede quedar uno”. El giro final del anciano está tan forzado que ha dejado un reguero de incógnitas. ¿Fue a cenar al barrio del protagonista para esperarlo porque le “gustaba jugar con él”? ¿Simuló la meada o se meó encima de verdad? Demasiado infantil.
Tiene que ser todo tan desalentador como para que un anciano que nació pobre y por su edad ha vivido la guerra, la dictadura, las huelgas, las crisis y la devaluación del won, se acabe convirtiendo en el líder nazi de una ópera macabra. Y qué más.
Finalmente, el protagonista parece no haber aprendido nada y acabar igual de cansino que empezó. ¿No tenía una deuda con la bella Kang Sae-byeok de cuidar a su hermano? ¿Por qué demonios no se compró una casa al día siguiente y esperó un año hasta acordarse del hermanito huérfano de la norcoreana? ¿Ya no está deseoso de cumplir sus compromisos con su propia hija? Todo traído por los pelos para retorcer las cosas hasta el delirio. Infumable y forzosamente trágico.
Es posible que haya alguna minoría entre el público adulto que pueda disfrutar esta ficción sin sentirse aturdido por la ideología torticera que pone en circulación, pero es dramático que sea lo más visto en Netflix y esté siendo aplaudida y visionada por una mayoría juvenil sin ningún cuidado del discurso miope que la ha parido. Más triste que todo el mérito que encierra el imaginativo guión, la puesta en escena, el reparto de actores, la música y los efectos, se vayan a traición inconsciente por el desagüe de las moralejas radioactivas que la industria audiovisual elige interesadamente. Vayan preparándose porque el disfraz que los jóvenes se pondrán este año en Halloween ya sabemos cuál será.
Además, para arrastrarnos hacia el trauma coreano de la guerra fratricida, los subterfugios narrativos y los flecos implausibles del guión van trufando la historia hasta hacerla increíble. Primero parece todo controlado herméticamente. Después puede haber hasta una submafia de órganos que se cuela por las puertas traseras. Primero tienes que montar un número para ir al lavabo, después puede ser un escondite sexual durante horas. Primero los ganadores del juego se repartirán las ganancias. Después “sólo puede quedar uno”. El giro final del anciano está tan forzado que ha dejado un reguero de incógnitas. ¿Fue a cenar al barrio del protagonista para esperarlo porque le “gustaba jugar con él”? ¿Simuló la meada o se meó encima de verdad? Demasiado infantil.
Tiene que ser todo tan desalentador como para que un anciano que nació pobre y por su edad ha vivido la guerra, la dictadura, las huelgas, las crisis y la devaluación del won, se acabe convirtiendo en el líder nazi de una ópera macabra. Y qué más.
Finalmente, el protagonista parece no haber aprendido nada y acabar igual de cansino que empezó. ¿No tenía una deuda con la bella Kang Sae-byeok de cuidar a su hermano? ¿Por qué demonios no se compró una casa al día siguiente y esperó un año hasta acordarse del hermanito huérfano de la norcoreana? ¿Ya no está deseoso de cumplir sus compromisos con su propia hija? Todo traído por los pelos para retorcer las cosas hasta el delirio. Infumable y forzosamente trágico.
Es posible que haya alguna minoría entre el público adulto que pueda disfrutar esta ficción sin sentirse aturdido por la ideología torticera que pone en circulación, pero es dramático que sea lo más visto en Netflix y esté siendo aplaudida y visionada por una mayoría juvenil sin ningún cuidado del discurso miope que la ha parido. Más triste que todo el mérito que encierra el imaginativo guión, la puesta en escena, el reparto de actores, la música y los efectos, se vayan a traición inconsciente por el desagüe de las moralejas radioactivas que la industria audiovisual elige interesadamente. Vayan preparándose porque el disfraz que los jóvenes se pondrán este año en Halloween ya sabemos cuál será.