En éstos tiempos donde el avance tecnológico ha permitido un acercamiento bastante peculiar hacia la imagen, donde, de tanta resolución y píxeles con que se nos atiborra, llegamos a dudar de que el uso de nuestros ojos (para quien fue diseñada dicha tecnología) carezca de capacidad suficiente para describir la realidad. Es decir, nos preguntamos si el Full HD, Ultra HD o 4K son aún más verídicos al interpretar información que nuestro propio globo ocular.

Los años 70's, los haluros de plata utilizados para que en la película se grabara la toma en base a corrosión y develado de "granos", son sin duda idóneos para puntualizar la cuestión. La percepción, pareciera mucho más agradable, más suave, más artística, más falible en dado caso. Justamente ello es lo que se puede disfrutar en esta cinta. Una exquisitez visual que ya no se volverá a crear, y que nos hace remitirnos hacia esas décadas, descubriendo esta clase de joyitas que se nos tenían ocultas.

Desde los primeros fotogramas puede percibirse la delicadeza tanto de maquillaje como de iluminación y por supuesto de fotografía, con composiciones divertidas y sumamente plásticas, que a través del rodaje irán desarrollándose y madurando ya en texturas y arquitecturas, ya en recursos vaporosos.

Con un guión que nos remite a manifiestos dadaístas, escenas sacadas de la copa de un sombrero y secuencias que parecieran coquetear con el simbolismo, no podemos sin más, permitir dejarnos llevar y hacer que nos roben una que otra sonrisa o carcajada.

Película underground, entre el horror y el suspenso, la ciencia ficción, entre Spielberg y Argento. Con una banda sonora bastante deliciosa y orgánica desde el primer segundo. Bastante noble, con algunos frescos recursos en la interpretación y con un par de escenas en específico que de verdad llegan a desconcertar, rozando con lo místico.

Eso sí, favor de poner atención en los diálogos. ¡No se arrepentirán!

Sin duda que al día de hoy podríamos decir se ha visto todo y se han gastado vastos recursos ya en este sub-género del Sci-Fi ("Science Fiction", según los protagonistas se empeñan en destacar). Desde las obras más dramáticas y profundas, hasta cierto clásico ochentero, a través de las versiones románticas, divertidas, pesadas, oscuras, animadas o monocromáticas hemos podido constatar que el común denominador es la pregunta, el "What if?", la postura filosófica donde más allá de entretenernos (que era precisamente por lo que me decidí a ver esta pieza, creyendo ingenuamente que mi mente descansaría) con la cuestión del "viaje" y centrándonos más en la cuestión "tiempo".

Hablar de lo que constituye una paradoja, ya debemos saberlo a estas alturas: "Teoría del caos", "Efecto Mariposa", "El barco de Teseo", o hasta el mismísimo "Gato de Schrödinger", son sin duda imágenes familiares para nosotros, seamos o no amantes del género y sub-género mencionados con antelación. Con esto quiero decir que estamos acostumbrados a esta alquimia entre ciencia y filosofía, entre experimento e imaginación. He aquí entonces un gran acierto de esta cinta.

Leyendo curiosidades acerca de la cinta, pude percatarme que el director de la misma, Gareth Carrivick, murió víctima de leucemia al año siguiente del estreno, siendo así esta su última ocasión en que se le vería detrás del lente de una cámara. Es entonces así que todo parece encajar. Trataré de explicarme...

Más allá del humor blanco y algunos gags de manufactura británica; más allá de lo predecible que pudiera tornarse por momentos, ya por lo lineal de la historia o por las diacronías que uno esperaría por tratarse de una pieza de catálogo, puede verse un producto inteligente y minimalista, pero no por ello sazonado con algunas sorpresas agradables como los recursos cromáticos o el sktech, así como la inclusión de una Anna Faris que con su toque norteamericano encaja perfecto como elemento disonante, de otra época.

Sin duda, lo mejor de todo fue esa sensibilidad que puede apreciarse justo en el punto álgido de la historia, donde parece que cae y no sólo lo hace si no que nos muestra más que un bucle de eventos, una nada, un vacío de preguntas. Inmediatamente hace pensar en "Stalker" cierta secuencia donde nos perdemos con ellos en una oleada de incertidumbre, en una encrucijada arquetípica de nuestro interior.

Demasiado corta, demasiado blanca, demasiado fría y hasta aséptica, pero sin duda, una grata sorpresa...

El famoso cantautor norteamericano Jim Morrison, ya mencionaba una y otra vez, casi entre líneas, en "Los Señores" (uno de sus más oscuros poemarios, escrito desde el autoexilio en París, a casi nada de su fecha fatídica), pautas, claves, descubrimientos acerca de la cinematografía, con ese punto de vista característico suyo, tan espiritual, enrevesado y embriagante; no sin antes dejar en claro su postura tajante en contra de ese arte que se ha categorizado por cronología como el séptimo entre todos.

Una maquina de falsedad, un artilugio malvado, un mecanismo de ilusiones implantadas (y nótese la índole peyorativa de la palabra "ilusión"), capaz de despojarnos de la capacidad de crear y utilizar nuestra propia magia interna es lo que Morrison veía, (no mediante la vista, si no la visión misma, si es que hemos de explicarnos propiamente).

Aquí tenemos entonces una bifurcación entre lo que es el ser iluso y el que simplemente sueña. Esta película va más de lo segundo, mucho más allá como ya se ha mencionado. No es un producto empaquetado y falaz, plástico "de pe a pa", no te ilusiona con construcciones improbables y satisfactorias por doquier; en cambio te ofrece la materia de ensueño a cuentagotas, como ligeros destellos, como esa cucharada de miel que batimos entre la amargura de una buena taza de té.

Quizás se reduzca a eso, una estilizada proporción entre realidad y fantasía. Una realidad no física, si no absurda, vista y analizada desde dentro, desde el interior de una persona individual y su introspectiva manera de vivir. Una fantasía que, ciertamente sí podría parecer chocante y hasta insoportable en caso de prolongarse un segundo más, pero que además lleva la impronta oscura y densa de Ingmar Bergman o David Lych, oscura por la textura sensorial que ofrece y densa por la cantidad información que permite.

Estamos ante una buena obra, un buen realizador, un ingeniero de la comunicación desde la mente emocional humana que se desvive en elementos magistrales, para sorprendernos no con lo que vemos en pantalla, si no en nosotros mismos.

En la antigua Grecia, hace más de 2,000 años, cuentan los historiadores se comenzaba a hablar acerca de temas que supuestamente la humanidad jamás había tomado en cuenta como prioridad. Nace la filosofía, y con ella despertaba más que el "amor a la sabiduría", un inagotable y fructífero mar de dudas. Se plantean sendas preguntas acerca de lo que somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos. Se profundiza acerca del ser, acerca del amor, acerca del arte, acerca del bien y sin duda acerca de algo que te pregunto a ti que lees esta humilde reseña y te decidiste por está película (o simplemente tienes curiosidad): ¿Qué es la belleza?

Algunos de éstos filósofos ancestrales decían se trataba de proporción y medidas comparadas a lo encontrado en la naturaleza (Pitágoras), otros mencionaban que más bien era aquello, de materia espiritual que resultaba útil a su propio propósito (Sócrates), pero sin duda, la evolución de estas ideas se vió hasta la llegada de Platón, quien llegó a la conclusión de encontrar la belleza no en un objeto, cuerpo u obra, sino en la causa misma que provoca que se les de el adjetivo a estas mismas, es decir, que lo que nos acaricia los sentidos no siempre es bello, pues necesita estar contacto con la fuente misma de su poder, una esencia misma de la existencia.

Es así que, al ver esta cinta, encontraremos el resquicio por donde se filtra el jardín de belleza esencial. Sin duda es importante mencionar la delicadeza estética, así como la variedad de técnicas de animación utilizadas y su buen maridaje; la construcción narrativa suave y lenta pero a la vez incesante; la manera en que se va decantando todo hacia un punto que no imaginábamos, hasta quedar de lleno inmersos en esa otra realidad; los diálogos, de una honda inocencia, que jamás pierden su tono, a pesar de encontrarse en materias sumamente opuestas según el filme transcurre; el portentoso inicio y el profundo final de metraje, con musicalización a cargo de leyendas como Bowie o Roger Waters. Pero a pesar de toda esta indumentaria de la estética que cubre, falta lo más importante.

La película socava los sentimientos, los intestinos, las creencias, el cerebro, te revuelve la sangre, te seca, te impide el llanto, te deja un zumbido. He ahí su belleza. Es un castigo y un regalo a la vez. Es sumamente dulce, pero sin duda aniquiladora.