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Críticas ordenadas por utilidad
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7.2
73,515
8
27 de octubre de 2016
27 de octubre de 2016
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desenvolviéndose en una España difícil, la película consigue atraparte dentro de ese ambiente rural y andaluz y contar una historia policíaca que si bien puede parecer que deja algunos cabos sueltos, está muy bien construida y cimentada con unos personajes profundos y cambiantes.
Probablemente uno de los aspectos más destacables de “La isla mínima” es el ritmo con el que la trama avanza. Se puede palpar la calma, la tranquilidad, el falso sosiego del pueblo. El director ha sabido transmitirnos de forma magistral que en ese lugar las cosas van a otra velocidad, pero no por ello son más simples. Y esto ya lo podemos deducir con esos planos aéreos del comienzo, que son algo perturbadores. Porque por un lado es un paraje natural, con mucha vegetación y fauna que desprende vida, pero visto desde esa perspectiva somos capaces de ver todos esos meandros que curvean entre los arbustos, el agua colándose a través de la tierra creando formas algo extrañas. Casi como que pierde lo que realmente es, y nos recuerda a la forma de un cerebro. Y puede que esta fuese la intención al hacer esto. Transmitir una sensación
de tranquilidad, de paz pueblerina donde sin embargo, si nos fijamos bien aparecen malas hierbas, escondites ocultos y personajes oscuros.
Probablemente uno de los aspectos más destacables de “La isla mínima” es el ritmo con el que la trama avanza. Se puede palpar la calma, la tranquilidad, el falso sosiego del pueblo. El director ha sabido transmitirnos de forma magistral que en ese lugar las cosas van a otra velocidad, pero no por ello son más simples. Y esto ya lo podemos deducir con esos planos aéreos del comienzo, que son algo perturbadores. Porque por un lado es un paraje natural, con mucha vegetación y fauna que desprende vida, pero visto desde esa perspectiva somos capaces de ver todos esos meandros que curvean entre los arbustos, el agua colándose a través de la tierra creando formas algo extrañas. Casi como que pierde lo que realmente es, y nos recuerda a la forma de un cerebro. Y puede que esta fuese la intención al hacer esto. Transmitir una sensación
de tranquilidad, de paz pueblerina donde sin embargo, si nos fijamos bien aparecen malas hierbas, escondites ocultos y personajes oscuros.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
No obstante parece que algo falla. Porque todo esto crea un clima amargo, apagado, falto de energía y desconfiado que hace que queramos resolver la historia pero no nos hace amar a los personajes. No nos llegan a gustar. Ni siquiera Pedro, que es un tío que parece que lucha, que protesta y que es justo. Pero eso sólo lo vemos en un par de ocasiones. Cuando habla borde a los policías y más tarde al enfrentarse al sargento. Pero no mucho más, el pueblo parece que le cambia. Apenas habla cuando
ve algo que no le gusta e incluso llega a usar la violencia cómo hace Juan, algo que en principio el rechazaría. Ni siquiera cuando descubre que su compañero fue un cruel policía de Franco trata de revelarse. Rompe las fotos y parece que únicamente quiere terminar con todo eso y salir de allí. Es un castigo que ha cumplido y que se ha acabado.
Por tanto es indudable que la película consigue transportarte hasta los años 80 a un pueblecito andaluz y tampoco se puede dudar que la historia tiene tirón y funciona, aunque deje asuntos sin aclarar cómo la identidad del hombre del sombrero o las marcas en las manos de los sospechosos, pero se echa en falta un personaje en el que poder identificarnos, alguien que hubiese destapado todos esos escondites que el pueblo y sus gentes escondían.
ve algo que no le gusta e incluso llega a usar la violencia cómo hace Juan, algo que en principio el rechazaría. Ni siquiera cuando descubre que su compañero fue un cruel policía de Franco trata de revelarse. Rompe las fotos y parece que únicamente quiere terminar con todo eso y salir de allí. Es un castigo que ha cumplido y que se ha acabado.
Por tanto es indudable que la película consigue transportarte hasta los años 80 a un pueblecito andaluz y tampoco se puede dudar que la historia tiene tirón y funciona, aunque deje asuntos sin aclarar cómo la identidad del hombre del sombrero o las marcas en las manos de los sospechosos, pero se echa en falta un personaje en el que poder identificarnos, alguien que hubiese destapado todos esos escondites que el pueblo y sus gentes escondían.
10
22 de octubre de 2016
22 de octubre de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No se exactamente de qué hablan, pero suena maravilloso
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Quizás lo más admirable que consigue esta película es el seguimiento ciego que le hacemos a Andrew. Nos coge desde el principio. Es un chico tímido que sólo quiere impresionar y dar el gran salto, y encima va al cine con su padre y le gusta la chica que le vende las palomitas. Vendido. Vamos contigo, Andrew.
Y en quince minutos nuestro protagonista ya lo ha conseguido. Fletcher le quiere en su banda y la chica dice sí. La música es agradable, los planos lentos y nuestro héroe se queda dormido. El éxito da sueño. Pero no pasa nada, le empujamos por las calles de Nueva York y llegamos. Y no hay nadie. Alguien te la ha jugado, Andrew.
Así que Fletcher entra, da su clase y escuchamos. Suena Whiplash y es estupenda. No solo se oye bien, los planos nos indican que todo es perfecto. Esos planos detalle pueden llegar a agobiarnos pero lo hacen porque son extremadamente ordenados y precisos y nos exigen entender que esos músicos saben lo que se hacen. Después de echar al que desafinaba, Fletcher termina su clase y de alguna forma nos coge, nos levanta, nos zarandea y nos golpea en la cara hasta que admitimos que ahora le amamos más a él. Seguimos con Andrew pero al igual que él ahora sólo deseamos contentar a este hombre que sabe tanto e infunde tantísimo respeto.
Y esto es brutal por la sencilla razón de que vamos a llegar a odiarnos a nosotros mismos por amar tanto a este personaje a pesar de que su método puede resultarnos algo dudoso. Él puede con nosotros, tiene una cantidad de autoridad tan potente que nos es imposible no hacer otra cosa que obedecer y buscar su aprobación.
Esto lleva a Andrew a dejar todo atrás para dedicarse exclusivamente a mejorar. Deja de lado a su padre, a su novia y sólo deja espacio para la batería. La música debe seguir sonando, el ritmo debe seguir siendo frenético, no hay tiempo para más. Y hasta que no hay sobrecarga no para.
En conclusión, esta es una película en la que la música quiere sonar y solo se deja interrumpir de vez en cuando por la historia. La forma en la que está tratada es magistral. Si la orquesta toca, los planos nos explican que lo están haciendo genial, la música suena por todo lo alto, Fletcher y Andrew callan. Una vez que salimos de ahí la música y esos maravillosos planos no quieren saber más de nosotros. Nos dejan que atendamos un poco a la trama. Pero estamos deseando volver al escenario.
No podría acabar sin hacer una pequeña referencia a la escena final y a los actores. Es sencillamente increíble como convierten una venganza de Fletcher en una auténtica rebelión artística de Andrew. Parece una competición de tortazos en la que ambos golpeadores no dejan de sonreír, porque han creado algo magnífico a partir de ese duelo. Y todo esto es sencillamente imposible de crear si no tienes a dos monstruos de la actuación como son Miles Teller y J.K. Simmons. Ambos están sublimes y consiguen atraparnos y hacerse querer con cada frase. Y a nosotros solo nos queda observar esta pelea porque realmente nos da igual quien gane, solo queremos que siga sonando.
Y en quince minutos nuestro protagonista ya lo ha conseguido. Fletcher le quiere en su banda y la chica dice sí. La música es agradable, los planos lentos y nuestro héroe se queda dormido. El éxito da sueño. Pero no pasa nada, le empujamos por las calles de Nueva York y llegamos. Y no hay nadie. Alguien te la ha jugado, Andrew.
Así que Fletcher entra, da su clase y escuchamos. Suena Whiplash y es estupenda. No solo se oye bien, los planos nos indican que todo es perfecto. Esos planos detalle pueden llegar a agobiarnos pero lo hacen porque son extremadamente ordenados y precisos y nos exigen entender que esos músicos saben lo que se hacen. Después de echar al que desafinaba, Fletcher termina su clase y de alguna forma nos coge, nos levanta, nos zarandea y nos golpea en la cara hasta que admitimos que ahora le amamos más a él. Seguimos con Andrew pero al igual que él ahora sólo deseamos contentar a este hombre que sabe tanto e infunde tantísimo respeto.
Y esto es brutal por la sencilla razón de que vamos a llegar a odiarnos a nosotros mismos por amar tanto a este personaje a pesar de que su método puede resultarnos algo dudoso. Él puede con nosotros, tiene una cantidad de autoridad tan potente que nos es imposible no hacer otra cosa que obedecer y buscar su aprobación.
Esto lleva a Andrew a dejar todo atrás para dedicarse exclusivamente a mejorar. Deja de lado a su padre, a su novia y sólo deja espacio para la batería. La música debe seguir sonando, el ritmo debe seguir siendo frenético, no hay tiempo para más. Y hasta que no hay sobrecarga no para.
En conclusión, esta es una película en la que la música quiere sonar y solo se deja interrumpir de vez en cuando por la historia. La forma en la que está tratada es magistral. Si la orquesta toca, los planos nos explican que lo están haciendo genial, la música suena por todo lo alto, Fletcher y Andrew callan. Una vez que salimos de ahí la música y esos maravillosos planos no quieren saber más de nosotros. Nos dejan que atendamos un poco a la trama. Pero estamos deseando volver al escenario.
No podría acabar sin hacer una pequeña referencia a la escena final y a los actores. Es sencillamente increíble como convierten una venganza de Fletcher en una auténtica rebelión artística de Andrew. Parece una competición de tortazos en la que ambos golpeadores no dejan de sonreír, porque han creado algo magnífico a partir de ese duelo. Y todo esto es sencillamente imposible de crear si no tienes a dos monstruos de la actuación como son Miles Teller y J.K. Simmons. Ambos están sublimes y consiguen atraparnos y hacerse querer con cada frase. Y a nosotros solo nos queda observar esta pelea porque realmente nos da igual quien gane, solo queremos que siga sonando.

6.6
12,745
8
1 de noviembre de 2016
1 de noviembre de 2016
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Pronunciaré “esperanza”, la gritaré por dentro si es lo que hace falta. La escribiré mil veces, me alejaré de espaldas. Quizás de repetirla algo me quede”
A través de un ejercicio visual sorprendente y claustrofóbico, Nemes dirige su primera película enlatándonos en un campo de concentración y nos deja a cargo de Saúl, nuestro guía a través de un infierno en el que todo lo que vive ya está muerto y todo lo que muere es ceniza.
Si alguna vez aprendimos que la flor que crece en la adversidad es la más hermosa de todas, el que fuera discípulo de Béla Tarr se encarga de recordarnos la escasa hermosura que hayamos cuando retratamos los límites de la crueldad humana. El hijo de Saúl nos empuja contra un mundo que ya habíamos visto antes y del que ya habíamos oído hablar pero nunca de esta forma. Acostumbrados a ver personajes, aquí nos encontramos con personas que van a morir. Acostumbrados al heroísmo y a la diferenciación del protagonista aquí no dejamos de temer a la muerte. Tenemos miedo y al igual que Saúl agachamos la cabeza y seguimos avanzando cogiendo aire cuando salimos a la superficie y manteniéndolo cuando nos tropezamos con un alemán.
Cuesta explicar por qué pero es clara la diferencia con otras películas que tratan el Holocausto. Quizá lo que consigue El hijo de Saúl es ponernos en una perspectiva desde la que nunca habíamos mirado y que es terriblemente insegura y parece tan real… Que no nos sorprende para nada el final. Sabíamos que la muerte estaba ahí acechando, que no iba a pararse frente a niños o ancianos, simplemente iba a arrasar. Y todo esto lo hace utilizando la cámara de una forma magistral que pone incómodo y nervioso al espectador porque no podemos ver. Estamos confundidos, no sabemos lo que va a pasar, y cada vez que distinguimos algo al fondo nos damos cuenta que hubiera sido mejor no mirar. Todo esto crea una bola de angustia que arrastramos junto con Saúl y de la que nos libramos hasta esa sonrisa. Hasta ese final.
Cuando todo está perdido, cuando ni siquiera su último deseo de enterrar a su hijo le es concedido, ve al niño alemán y sonríe. Le sonríe a él, nos sonríe a nosotros y su mirada nos cuenta que hay algo que todavía no ha sido asesinado. Una inocencia que algún día escuchará esta historia tan triste y cruel pero que mientras permanezca vida habrá esperanza. Habrá esperanza de un mundo mejor que no permita que algo así vuelva a suceder pero que tampoco olvide. Porque la historia del Holocausto ocurrió de verdad, sin héroes ni princesas, con cerrajeros que miraban a los ojos a compatriotas que iban a morir y de los que luego limpiaría su sangre. Y eso nadie nos lo ha recordado mejor que László Nemes.
A través de un ejercicio visual sorprendente y claustrofóbico, Nemes dirige su primera película enlatándonos en un campo de concentración y nos deja a cargo de Saúl, nuestro guía a través de un infierno en el que todo lo que vive ya está muerto y todo lo que muere es ceniza.
Si alguna vez aprendimos que la flor que crece en la adversidad es la más hermosa de todas, el que fuera discípulo de Béla Tarr se encarga de recordarnos la escasa hermosura que hayamos cuando retratamos los límites de la crueldad humana. El hijo de Saúl nos empuja contra un mundo que ya habíamos visto antes y del que ya habíamos oído hablar pero nunca de esta forma. Acostumbrados a ver personajes, aquí nos encontramos con personas que van a morir. Acostumbrados al heroísmo y a la diferenciación del protagonista aquí no dejamos de temer a la muerte. Tenemos miedo y al igual que Saúl agachamos la cabeza y seguimos avanzando cogiendo aire cuando salimos a la superficie y manteniéndolo cuando nos tropezamos con un alemán.
Cuesta explicar por qué pero es clara la diferencia con otras películas que tratan el Holocausto. Quizá lo que consigue El hijo de Saúl es ponernos en una perspectiva desde la que nunca habíamos mirado y que es terriblemente insegura y parece tan real… Que no nos sorprende para nada el final. Sabíamos que la muerte estaba ahí acechando, que no iba a pararse frente a niños o ancianos, simplemente iba a arrasar. Y todo esto lo hace utilizando la cámara de una forma magistral que pone incómodo y nervioso al espectador porque no podemos ver. Estamos confundidos, no sabemos lo que va a pasar, y cada vez que distinguimos algo al fondo nos damos cuenta que hubiera sido mejor no mirar. Todo esto crea una bola de angustia que arrastramos junto con Saúl y de la que nos libramos hasta esa sonrisa. Hasta ese final.
Cuando todo está perdido, cuando ni siquiera su último deseo de enterrar a su hijo le es concedido, ve al niño alemán y sonríe. Le sonríe a él, nos sonríe a nosotros y su mirada nos cuenta que hay algo que todavía no ha sido asesinado. Una inocencia que algún día escuchará esta historia tan triste y cruel pero que mientras permanezca vida habrá esperanza. Habrá esperanza de un mundo mejor que no permita que algo así vuelva a suceder pero que tampoco olvide. Porque la historia del Holocausto ocurrió de verdad, sin héroes ni princesas, con cerrajeros que miraban a los ojos a compatriotas que iban a morir y de los que luego limpiaría su sangre. Y eso nadie nos lo ha recordado mejor que László Nemes.

6.9
17,262
9
5 de octubre de 2016
5 de octubre de 2016
Sé el primero en valorar esta crítica
La duda es la única extraña a la que debemos abrir siempre la puerta. Conocerla nos ayudará a decidir cuándo es mejor dejarla cerrada.
Una película magnífica, que no para de lanzar preguntas desde que empieza hasta su final. Ida nos recuerda de forma sencilla y directa, la importancia de conocer para aprender, de experimentar para decidir, porque una vida sin duda es una vida perdida. Una vida sin una mirada que pida respuestas es una vida que tira hacia adelante obcecada en no salirse del camino de lo convencional y lo supuestamente correcto.
La película parte de juntar a dos personajes de lo más distintos. Ida no ha conocido más mundo que el que existe dentro de los muros del convento y por su parte Wanda, parece que se ha perdido entre tanto mundo. Unir la vida de ambas provoca una explosión de descubrimientos ya que ninguna de ellas sabía nada de la otra.
Una película magnífica, que no para de lanzar preguntas desde que empieza hasta su final. Ida nos recuerda de forma sencilla y directa, la importancia de conocer para aprender, de experimentar para decidir, porque una vida sin duda es una vida perdida. Una vida sin una mirada que pida respuestas es una vida que tira hacia adelante obcecada en no salirse del camino de lo convencional y lo supuestamente correcto.
La película parte de juntar a dos personajes de lo más distintos. Ida no ha conocido más mundo que el que existe dentro de los muros del convento y por su parte Wanda, parece que se ha perdido entre tanto mundo. Unir la vida de ambas provoca una explosión de descubrimientos ya que ninguna de ellas sabía nada de la otra.
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La misión de encontrar los restos de sus familiares es la excusa que les une y que hace que compartan camino. En ese camino es realmente fascinante observar a Ida contemplándolo todo en silencio, con esos ojos negros llenos de curiosidad. No parece aprobarlo pero no deja de mirar. Aquí es donde surge la duda. Por su parte, Wanda empieza en una especie de nube de superioridad moral de la que se irá precipitando poco a poco hasta hacerlo finalmente a ritmo de Mozart desde la ventana de su apartamento. Puede haber cierta duda sobre por qué lo hace. Desde luego, es un cúmulo de cosas y un desencanto general y cómo suele ser normal en estos casos, la principal razón es la soledad. Sin embargo, parece que ha sido precisamente Ida y el descubrimiento de los restos de su hijo los que le devolvieron de una patada a una realidad de la que ni el Vodka, la música o los hombres podrán librarle.
Quizás de esa posible culpa unida a una fortísima curiosidad, florezcan las ganas de Ida por experimentar lo que su tía hacía. Y esta es sin duda alguna la mejor parte de la película. Porque vemos a una joven que duda, que se plantea las cosas, que se da cuenta que es imposible decidir algo cuando no se conocen las opciones. Y esto es brillante. Todo se centra en esas dos breves frases que intercambian el saxofonista y nuestra protagonista en la cama.
— ¿En qué piensas? — Le pregunta él.
—No estoy pensando.
Maravilloso. No está pensando, se está dejando llevar, está viendo si ese mundo que rodeaba a su tía le atrapa, si se enamora de esa forma de vivir. Y descubre que no. Descubre que la vida que le ofrece el chico no acaba de llenarle y vuelve al convento. Pero lo hace con una cabeza tranquila, confiada en estar tomando la decisión correcta. Sabe que desde ese momento podrá hablar desde el conocimiento. Para tomar nota.
Me ha impresionado muchísimo también esa sencillez a la hora de utilizar los planos y esa cercanía que nos transmite oír todo tan de cerca. Hace que la película se convierta en algo realmente bello porque no necesita de artificios para contarnos esto e incluso yo diría que necesitamos esa sencillez y ese blanco y negro para permanecer atentos a lo más importante, que son los personajes. Las miradas, los silencios que chillan, los gestos, las provocaciones. No podemos dejar de mirar. Igual que le pasa a Ida.
Paúl Moré García
Quizás de esa posible culpa unida a una fortísima curiosidad, florezcan las ganas de Ida por experimentar lo que su tía hacía. Y esta es sin duda alguna la mejor parte de la película. Porque vemos a una joven que duda, que se plantea las cosas, que se da cuenta que es imposible decidir algo cuando no se conocen las opciones. Y esto es brillante. Todo se centra en esas dos breves frases que intercambian el saxofonista y nuestra protagonista en la cama.
— ¿En qué piensas? — Le pregunta él.
—No estoy pensando.
Maravilloso. No está pensando, se está dejando llevar, está viendo si ese mundo que rodeaba a su tía le atrapa, si se enamora de esa forma de vivir. Y descubre que no. Descubre que la vida que le ofrece el chico no acaba de llenarle y vuelve al convento. Pero lo hace con una cabeza tranquila, confiada en estar tomando la decisión correcta. Sabe que desde ese momento podrá hablar desde el conocimiento. Para tomar nota.
Me ha impresionado muchísimo también esa sencillez a la hora de utilizar los planos y esa cercanía que nos transmite oír todo tan de cerca. Hace que la película se convierta en algo realmente bello porque no necesita de artificios para contarnos esto e incluso yo diría que necesitamos esa sencillez y ese blanco y negro para permanecer atentos a lo más importante, que son los personajes. Las miradas, los silencios que chillan, los gestos, las provocaciones. No podemos dejar de mirar. Igual que le pasa a Ida.
Paúl Moré García
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