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7.1
12,414
9
22 de febrero de 2012
22 de febrero de 2012
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película que nos introduce de lleno dentro del universo Polanski, que se despliega ante nosotros para contarnos una historia sobre el precio de los excesos. En este caso el precio de la pasión enfermiza que se apodera de Oscar y de Mimi. Pero como en toda historia de ascenso y caída, tras una primera etapa de amor idílico comienzan a mutar los personajes llegando a conocer los extremos de la crueldad y de la bajeza humana. Polanski con una maestría solo propia de él, nos muestra personajes que llegan a repugnarnos pero con los que no podemos dejar de identificarnos. Nos enseña los extremos de degradación moral a los que puede llegar el ser humano. Consigue conectarnos con nuestro lado más oscuro y llegamos a sentir empatía y pena por estos personajes. En definitiva llegamos a entenderlos pese a lo monstruosos que resultan porque sabemos que en nuestro interior también existe un monstruo que duerme en un profundo letargo del que podría despertar.
Si bien en un acercamiento distante a la película puede que no lleguemos a sentirnos totalmente identificados con dos personajes tan extremos como Osacr y Mimi, Polanski coloca a Fiona y Nigel para que no podamos escapar. Fiona y Nigel son una pareja como cualquier otra que ha caído en la rutina y que mantienen una relación sin pasión. Nigel, atraído por lo prohibido, experimenta en una escala menor todas las degradaciones morales de Oscar y Mimi y acaba cayendo a los infiernos.
Unido a esto encontramos dos tramas que suceden en espacios con denominación de origen Polanski. Es decir, espacios cerrados y claustrofóbicos como son el barco y la habitación en París. Unos espacios que se convierten en un personaje más de la trama al impedir que los personajes puedan escapar de sus dramáticas situaciones. En estos espacios vemos dos leit motivs de la película; En primer lugar esa vista de Paris desde la ventana del piso de Oscar, que simboliza no solo la prisión en la que viven los personajes sino también las frustraciones de Oscar como escritor (la señora de la editorial le advierte de que París está pasado de moda y allí no hará nada que merezca la pena). El segundo Leit motiv lo encontramos en el barco con esos planos que nos muestran las aguas turbulentas en una clara alegoría a las turbulencias interiores de los personajes, a la horrorosa trasformación que se presentará en sus vidas.
Por último comentar un detalle estético o narrativo solo al alcance de los grandes maestros. Dos planos que marcan la subtrama de Oscar y de Mimi; Cuando se dan la mano en el tiovivo y cuando Mimi pega un tirón a la mano a Oscar tirándole de la camilla y dejándole inválido. No hay que volverse muy esquizofrénico para ver que ambos planos hacen una clara referencia a la pintura de Miguel Ángel en la Capilla Sextina, “La Creación de Adam”, de la cual rizando un poco más el rizo se puede deducir una relación directa con el pecado original. Otra vez tenemos aquí el redundante precio del exceso.
Si bien en un acercamiento distante a la película puede que no lleguemos a sentirnos totalmente identificados con dos personajes tan extremos como Osacr y Mimi, Polanski coloca a Fiona y Nigel para que no podamos escapar. Fiona y Nigel son una pareja como cualquier otra que ha caído en la rutina y que mantienen una relación sin pasión. Nigel, atraído por lo prohibido, experimenta en una escala menor todas las degradaciones morales de Oscar y Mimi y acaba cayendo a los infiernos.
Unido a esto encontramos dos tramas que suceden en espacios con denominación de origen Polanski. Es decir, espacios cerrados y claustrofóbicos como son el barco y la habitación en París. Unos espacios que se convierten en un personaje más de la trama al impedir que los personajes puedan escapar de sus dramáticas situaciones. En estos espacios vemos dos leit motivs de la película; En primer lugar esa vista de Paris desde la ventana del piso de Oscar, que simboliza no solo la prisión en la que viven los personajes sino también las frustraciones de Oscar como escritor (la señora de la editorial le advierte de que París está pasado de moda y allí no hará nada que merezca la pena). El segundo Leit motiv lo encontramos en el barco con esos planos que nos muestran las aguas turbulentas en una clara alegoría a las turbulencias interiores de los personajes, a la horrorosa trasformación que se presentará en sus vidas.
Por último comentar un detalle estético o narrativo solo al alcance de los grandes maestros. Dos planos que marcan la subtrama de Oscar y de Mimi; Cuando se dan la mano en el tiovivo y cuando Mimi pega un tirón a la mano a Oscar tirándole de la camilla y dejándole inválido. No hay que volverse muy esquizofrénico para ver que ambos planos hacen una clara referencia a la pintura de Miguel Ángel en la Capilla Sextina, “La Creación de Adam”, de la cual rizando un poco más el rizo se puede deducir una relación directa con el pecado original. Otra vez tenemos aquí el redundante precio del exceso.

6.7
8,815
8
15 de marzo de 2015
15 de marzo de 2015
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tal y como sucediese en la magistral obra de Gabriel García Márquez, "Crónica de una muerte anunciada", la película cuenta con un arranque desgarrador que marcará el ritmo y el tono de todo el relato. El escenario no es otro que una pequeña iglesia de un diminuto pueblo irlandés, lugar en el que se produce una confesión tan abominable como despiadada que acaba con una sentencia de muerte hacia el párroco.
Sabedor de que va morir en una semana, la historia nos cuenta el calvario que vive el Padre James Lavelle, quien bajo la sombra de esa agobiante y mortífera amenaza, intentará arrojar algo de luz sobre los vecinos de su pueblo, sumidos en un sin fin de traumas y depresiones irreparables.
Convertida ya en uno de los mejores ensayos cinematográficos actuales sobre la culpa, el perdón y la fe, "Calvary" nos introduce en un mundo que se torna cada vez más turbio, en el que los paisajes crudos y violentos se convierten en un fiel reflejo del mundo interior de los habitantes del pueblo, quienes pese a los esfuerzos del cura, poseen cargas tan pesadas que solo ven en él a alguien contra quien descargar sus tormentos.
Crítica, ácida y romántica a partes iguales, “Calvary” es una de esas cintas, cada vez más escasas, que logran impactar en el tuétano del espectador y batirle las tripas igual que hace la marea con las olas, chocando ferozmente contras los colosales acantilados irlandeses.
Sabedor de que va morir en una semana, la historia nos cuenta el calvario que vive el Padre James Lavelle, quien bajo la sombra de esa agobiante y mortífera amenaza, intentará arrojar algo de luz sobre los vecinos de su pueblo, sumidos en un sin fin de traumas y depresiones irreparables.
Convertida ya en uno de los mejores ensayos cinematográficos actuales sobre la culpa, el perdón y la fe, "Calvary" nos introduce en un mundo que se torna cada vez más turbio, en el que los paisajes crudos y violentos se convierten en un fiel reflejo del mundo interior de los habitantes del pueblo, quienes pese a los esfuerzos del cura, poseen cargas tan pesadas que solo ven en él a alguien contra quien descargar sus tormentos.
Crítica, ácida y romántica a partes iguales, “Calvary” es una de esas cintas, cada vez más escasas, que logran impactar en el tuétano del espectador y batirle las tripas igual que hace la marea con las olas, chocando ferozmente contras los colosales acantilados irlandeses.

6.5
872
9
21 de septiembre de 2019
21 de septiembre de 2019
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuántas y cuántas veces habremos oído decir eso de que lo importante es saber ver la felicidad de las pequeñas cosas del día a día. En medio de la rutina laboral más asfixiante, Thomas Stuber describe con maestría todos esos oficios que condenan a sus trabajadores a un considerable aislamiento social. Seres solitarios, noctámbulos y perdedores de toda clase que terminan encontrando en ese universo paralelo algo parecido a una familia con sus consiguientes relaciones afectivas. Una mirada a ese lado oculto, al underground de la sociedad del consumo, a toda la biodiversidad humana que se abre paso cuando las grandes superficies cierran. Al otro lado de las puertas, la jerarquía del supermercado y las ilusiones personales, algunas frustradas y otras aún anheladas por quienes comparten este destino.
En medio de un tratamiento fotográfico y estético absolutamente brillante, donde los colores desaturados realzan amarillos y azules en una paleta cromática pluscuamperfecta, "In den Gängen" despliega todos sus encantos en los pequeños detalles. Una narración cinematográfica desbordante de belleza y lirismo, que fija algunas de esas imágenes imborrables en la mente del espectador. Imposible olvidarse de ese beso de esquimales y su tensión contenida, o de ese final prodigioso, anticipado desde lo sonoro en una de las metáforas más bonitas que recuerdo haber disfrutado en la oscuridad de una sala de proyección. La evocación del paraíso que persigue a Christian, Marion, Bruno y el resto de trabajadores, tras esa postal de una playa con palmeras que preside la sala del café, ese rincón desde el que los protagonistas se permiten soñar nuevos futuros.
Las soberbias actuaciones de Franz Rogowski (Christian), Sandra Hüller (Marion) y Peter Kurth (Bruno), terminan por elevar la película a un tono de sentimentalismo contenido, en el que aquello que se demuestra en una mirada o en un gesto cobra mucha más fuerza que aquello que se dice. Un relato sensible y lleno de emociones salvajes que son puestas siempre en la piel de personajes tan honestos que hacen imposible no conectar con ellos. Que nadie espere una película de ritmo trepidante, aquí el secreto está en entender que en el seno de lo cotidiano es donde surgen las historias más humanas.
En medio de un tratamiento fotográfico y estético absolutamente brillante, donde los colores desaturados realzan amarillos y azules en una paleta cromática pluscuamperfecta, "In den Gängen" despliega todos sus encantos en los pequeños detalles. Una narración cinematográfica desbordante de belleza y lirismo, que fija algunas de esas imágenes imborrables en la mente del espectador. Imposible olvidarse de ese beso de esquimales y su tensión contenida, o de ese final prodigioso, anticipado desde lo sonoro en una de las metáforas más bonitas que recuerdo haber disfrutado en la oscuridad de una sala de proyección. La evocación del paraíso que persigue a Christian, Marion, Bruno y el resto de trabajadores, tras esa postal de una playa con palmeras que preside la sala del café, ese rincón desde el que los protagonistas se permiten soñar nuevos futuros.
Las soberbias actuaciones de Franz Rogowski (Christian), Sandra Hüller (Marion) y Peter Kurth (Bruno), terminan por elevar la película a un tono de sentimentalismo contenido, en el que aquello que se demuestra en una mirada o en un gesto cobra mucha más fuerza que aquello que se dice. Un relato sensible y lleno de emociones salvajes que son puestas siempre en la piel de personajes tan honestos que hacen imposible no conectar con ellos. Que nadie espere una película de ritmo trepidante, aquí el secreto está en entender que en el seno de lo cotidiano es donde surgen las historias más humanas.

7.8
36,898
10
13 de abril de 2020
13 de abril de 2020
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un mundo donde la sobreexcitación de los sentidos está la orden del día, cada vez queda menos espacio para la sorpresa y la emoción espontánea. En el terreno del cine y la ficción televisiva, la llegada de las plataformas de exhibición online ha disparado ese efecto de insensibilización, pero a la vez ha puesto a nuestro alcance un catálogo inabarcable de posibilidades. Sea como sea, cada cierto tiempo se cruza en mi vida una de esas películas que consiguen atravesarme por completo. Una de esas obras que te dejará pensando durante días o tal vez semanas. Que te abre puertas y ventanas a entender y explicar ciertas cosas; de ti y de los demás, de la condición humana en general. Sin duda, “París, Texas” es una de esas películas.
Desde un arranque lleno de misterio, Win Wenders narra con maestría la evolución de unos personajes de los que vamos conociendo información a cuenta gotas, encariñándonos poco a poco con todos ellos. Y es que en el maravilloso guion que firma Sam Seppard cualquier mínimo detalle cuenta y hace avanzar esta apasionante historia. Un magnetismo que también enaltece la imagen, con una de las mejores fotografías que recuerdo haber visto en mi experiencia cinematográfica. A cargo de Robby Müller, se mezclan paisajes desérticos con el neón y la noche más americana. Iluminando cada plano al borde del realismo, su fotografía nunca deja de parecer natural, en clara oposición a toda esa explosión de colorines digitales con las que se aderezan actualmente muchas películas. Müller en cambio nos transporta a un universo que perfectamente podría haber pintado Edward Hopper, con un sentido de la armonía y el color abrumadores. Por su parte, la banda sonora tampoco deja a nadie indiferente. Desde el maravilloso tratamiento acústico de los espacios, con esa casa al lado del aeropuerto, los largos silencios o la voz distorsionada de las cabinas del peep-show, hasta la música de las desgarradoras cuerdas de Ry Cooder, que terminarían por convertirse en uno de los símbolos más reconocibles de esta obra maestra.
Otro estandarte es sin duda Harry Dean Stanton, quien ofrece aquí su mejor cara bordando un papel antológico. Valga como homenaje a este personaje “Lucky”, esa obra actual que sería la última interpretación del maltrecho Stanton en vida y que evidencia una inspiración absoluta en Travis, protagonista de “Paris, Texas”. A través de su figura nos adentramos en esta road movie que, fiel a su género, cuenta la historia de un descubrimiento. La redención de un hombre que a medida que avanza la cinta va recordando cómo llegó a vagar por el desierto texano durante cuatro años, tras abandonar a su mujer y a su hijo. Escoltado de su paciente hermano, su cariñosa cuñada y un hijo dotado de una madurez fuera de lo común, Travis emprende el camino de la expiación de sus pecados en busca de Jane (Nastassja Kinski).
Desde un arranque lleno de misterio, Win Wenders narra con maestría la evolución de unos personajes de los que vamos conociendo información a cuenta gotas, encariñándonos poco a poco con todos ellos. Y es que en el maravilloso guion que firma Sam Seppard cualquier mínimo detalle cuenta y hace avanzar esta apasionante historia. Un magnetismo que también enaltece la imagen, con una de las mejores fotografías que recuerdo haber visto en mi experiencia cinematográfica. A cargo de Robby Müller, se mezclan paisajes desérticos con el neón y la noche más americana. Iluminando cada plano al borde del realismo, su fotografía nunca deja de parecer natural, en clara oposición a toda esa explosión de colorines digitales con las que se aderezan actualmente muchas películas. Müller en cambio nos transporta a un universo que perfectamente podría haber pintado Edward Hopper, con un sentido de la armonía y el color abrumadores. Por su parte, la banda sonora tampoco deja a nadie indiferente. Desde el maravilloso tratamiento acústico de los espacios, con esa casa al lado del aeropuerto, los largos silencios o la voz distorsionada de las cabinas del peep-show, hasta la música de las desgarradoras cuerdas de Ry Cooder, que terminarían por convertirse en uno de los símbolos más reconocibles de esta obra maestra.
Otro estandarte es sin duda Harry Dean Stanton, quien ofrece aquí su mejor cara bordando un papel antológico. Valga como homenaje a este personaje “Lucky”, esa obra actual que sería la última interpretación del maltrecho Stanton en vida y que evidencia una inspiración absoluta en Travis, protagonista de “Paris, Texas”. A través de su figura nos adentramos en esta road movie que, fiel a su género, cuenta la historia de un descubrimiento. La redención de un hombre que a medida que avanza la cinta va recordando cómo llegó a vagar por el desierto texano durante cuatro años, tras abandonar a su mujer y a su hijo. Escoltado de su paciente hermano, su cariñosa cuñada y un hijo dotado de una madurez fuera de lo común, Travis emprende el camino de la expiación de sus pecados en busca de Jane (Nastassja Kinski).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En este tortuoso camino, que se va alumbrando a la vez tanto al espectador como al amnésico personaje, la devastación de los amores tóxicos acaba por encontrar su redención en una secuencia que pasará a formar parte del imaginario visual de cuantos se acerquen a esta película. En ella, Wenders nos atrapa en una cabina de peep-show con una alternancia de planos lentos, llenos de sensibilidad, tensión insoportable y emoción desbordada que terminan abrasándonos por dentro. En un clímax lleno de amargura y belleza a partes iguales, Travis comprende que el paraíso no es para él, que el veneno heredado de su propio padre acabaría poseyéndole de nuevo. Ese amor tan sumamente obsesivo que terminó por destrozar todo cuanto había amado. Una vez completada su purga, para él ya solo queda vivir de la ilusión de los recuerdos. A él, siempre le quedará París. París, Texas.

6.4
8,983
8
22 de enero de 2017
22 de enero de 2017
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entre la numerosa ristra de superproducciones norteamericanas, en contadas ocasiones se cuelan en nuestras carteleras películas que se salen de estos derroteros comerciales. Cintas en buena parte europeas, por aquello de la cercanía, y que normalmente solo se descubren si vienen abaladas por algún gran festival de cine 'independiente' o por la correspondiente nominación a ese extraño cajón desastre que supone la categoría de 'Mejor película de habla no inglesa' en alguno de los codiciados premios de la industria gringa. Ya de entrada considerado por los propios certámenes como un reconocimiento menor, como si de algún modo por ser obras producidas fuera de sus redes de influencia y en lenguas extranjeras fueran por ende películas sin el empuje suficiente para codearse con las suyas, las de pedigree de pura raza yanqui, con las que rara vez consiguen competir para llevarse el premio gordo. Sea como sea supongo que ahí radica su encanto y su cierta libertad a la hora de abordar temas y narrativas desde puntos de vista menos manidos, algo que siempre es de agradecer y que normalmente despierta mi interés al verlas incluidas entre los estrenos semanales de alguna arriesgada sala de cines. Dicho de otra forma, para que una película alemana se consiga estrenar en España es que algún mérito debe tener. Si encima no tiene nombres reconocibles detrás y se trata de una comedia (alemana, sí, alemana) ya me seduce de entrada bastante más que la milésima historia sobre la Segunda Guerra Mundial o la segregación racial, siempre contadas bajo el lenguaje universal y aglutinador de Hollywood.
En este sentido "Tony Erdmann" no defrauda en absoluto. Con un guion extravagante y excesivo, recuerda por momentos esas tramas grotescas propias de la tragicomedia italiana, conectando por ejemplo con el estilo narrativo de Sorrentino, maestro indiscutible en estas lindes y con quien la directora de este film comparte al menos ese retorcido gusto por caricaturizar las realidades más crudas del existencialismo moderno, sirviéndose de la sátira para hurgar con acidez en las miserias de una sociedad corrompida que perdió el rumbo hace mucho tiempo. De esto sabe mucho la protagonista de la historia, Inès, quien inmersa en una existencia tan viciada y deshumanizada como terriblemente real, verá como una inesperada visita de su dantesco padre acaba poniendo en jaque todo el entramado social que rodea su mundo. Una relación pintoresca que entre bromas esperpénticas y momentos de ternura incalculable pone a ambos personajes al borde del precipicio, donde mantendrán una pugna cruel y bizarra en la que el amor incondicional que solo puede ofrecer un padre a su hija acaba por ser el elemento que provoca la redención final de Inès.
Con el único apunte negativo puesto en el extenso e innecesario metraje de la cinta, para terminar de bordar el lazo la historia huye de las fáciles moralinas vitalistas e imprime un regusto de amargura para culminar por todo lo alto con una secuencia final absolutamente brillante, en la que la directora y guionista, Maren Ade, hila con la máxima sutileza sus puntadas para dejar al descubierto la naturaleza imperfecta del ser humano, incluso de aquellos privilegiados que fueron iluminados con el secreto de la felicidad. En definitiva un recorrido de emociones disfrazadas que acabará por revolvernos por dentro y que dejará rodando en nuestras cabezas ese tejemaneje de preguntas y respuestas que consigue hacer del cine algo reflexivo más allá del mero entretenimiento.
En este sentido "Tony Erdmann" no defrauda en absoluto. Con un guion extravagante y excesivo, recuerda por momentos esas tramas grotescas propias de la tragicomedia italiana, conectando por ejemplo con el estilo narrativo de Sorrentino, maestro indiscutible en estas lindes y con quien la directora de este film comparte al menos ese retorcido gusto por caricaturizar las realidades más crudas del existencialismo moderno, sirviéndose de la sátira para hurgar con acidez en las miserias de una sociedad corrompida que perdió el rumbo hace mucho tiempo. De esto sabe mucho la protagonista de la historia, Inès, quien inmersa en una existencia tan viciada y deshumanizada como terriblemente real, verá como una inesperada visita de su dantesco padre acaba poniendo en jaque todo el entramado social que rodea su mundo. Una relación pintoresca que entre bromas esperpénticas y momentos de ternura incalculable pone a ambos personajes al borde del precipicio, donde mantendrán una pugna cruel y bizarra en la que el amor incondicional que solo puede ofrecer un padre a su hija acaba por ser el elemento que provoca la redención final de Inès.
Con el único apunte negativo puesto en el extenso e innecesario metraje de la cinta, para terminar de bordar el lazo la historia huye de las fáciles moralinas vitalistas e imprime un regusto de amargura para culminar por todo lo alto con una secuencia final absolutamente brillante, en la que la directora y guionista, Maren Ade, hila con la máxima sutileza sus puntadas para dejar al descubierto la naturaleza imperfecta del ser humano, incluso de aquellos privilegiados que fueron iluminados con el secreto de la felicidad. En definitiva un recorrido de emociones disfrazadas que acabará por revolvernos por dentro y que dejará rodando en nuestras cabezas ese tejemaneje de preguntas y respuestas que consigue hacer del cine algo reflexivo más allá del mero entretenimiento.
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