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Críticas 60
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
25 de mayo de 2016 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me pongo Danzad, danzad, malditos algo desanimado pensando que veré una Grease sin 'summer lovings' ambientada en la Gran Depresión de los años 30 sobre una pareja de jóvenes bailarines que va de concurso en concurso (así de informado iba). Sentadas las bases de la película, en mi desánimo me da por pensar: “¿sabes quién podría hacer algo guapo con esto? Álex De la Iglesia, que basaría toda la película en la maratón y le saldría una gamberrada grotesca”. Pero cuando me di cuenta de que la película no era de bailarines profesionales, sino de gente desesperada económicamente que se apunta a un maratón de baile para conseguir un premio mínimo, y que toda la película se iba a desarrollar en la misma sala, oye, mandé a freír espárragos al tito Álex. Y es que esta Disparan a los caballos, ¿no? es una película muy potente que se torna asfixiante e incómoda gradualmente, como gradual es el desgaste físico y psicológico de sus personajes, unos pobres atormentados que se agarran a cualquier mínima posibilidad de desahogo de su situación, aunque sea a un alto precio. Y Pollack escarba las debilidades de sus personajes hasta dejarlos exhaustos, como tras esa angustiosa carrera por parejas con la joven embarazada a punto de desfallecer ante un público morboso que aplaude despreocupado la jugada. Y todo rodado con gran pericia técnica. La maratón, que parecía un concurso inocente, se vuelve un espectáculo cruel e interesado, la vida misma en tiempos de crisis. Una película gloriosamente deprimente y pesimista. Tremenda.
18 de agosto de 2016 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos acostumbrados a ver ficciones sobre la Alemania nazi, el holocausto y el dolor del pueblo judío, pero quizá no tanto ficciones sobre aquellos alemanes que se vieron obligados a volver a la normalidad tras la Segunda Guerra Mundial en una Alemania devastada económica y moralmente. Y de eso va esta Alemania, año cero. Un padre enfermo y sus tres hijos, uno de ellos antiguo soldado alemán que teme ser ajusticiado, intentan apañárselas para sobrevivir trabajando de lo que pillan y mendigando como pueden. En sus escasos 74 minutos seguimos principalmente las desventuras de Edmund, el hijo menor, con sus arrebatos criminales y sus ramalazos a lo Tommen Baratheon. Rossellini sabe retratar el desgaste moral y la dureza de la realidad de posguerra, pero me sobra esa música invasiva de peli de Hitchcock y me faltan minutos que dejen respirar a sus personajes: apenas hay silencio, es todo charlas y disputas y reproches y viejos verdes pedófilos tirándoles la caña a pobres niños desvalidos. Necesaria en muchos sentidos, pero a mi juicio dista de ser redonda.
15 de junio de 2017 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un vaquero abandona su Texas natal para ir a Nueva York a probar suerte como gigoló con toda la chulería del mundo. El tío es tonto como solo un falso vaquero tejano puede ser, y al poco, como no podría ser de otra manera, se da cuenta de que no se puede ser tan cateto por la vida. Y de querer comerse el mundo acaba comiéndose otras cosas. Pero por suerte se hace amiguito de un llavero lisiado y afronta junto a él las miserias de la ciudad de las oportunidades. Schlesinger, que parece que no hizo nada más interesante en toda su carrera, trata esta historia con toda la sensibilidad que yo no le he puesto a la sinopsis anterior, y el retrato de la amistad entre estos dos seres derrotados por la vida, con sus sueños rotos y las ilusiones perdidas le queda muy bien y conmueve. También celebro el expresivo montaje de la cinta, con ese primer chingamiento con la vieja de 28 años que alterna imágenes de la televisión y culmina con un chorreo de monedas, metáfora nada sutil pero muy acertada. Una peli muy convincente.
18 de agosto de 2016 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Elizabeth Taylor y su marido, sus cuñados y los hijos de estos esperan el regreso de Big Daddy, el abuelo de la familia. Todos conviven bajo el techo de la mansión sureña del gordo ricachón en vistas a celebrar su cumpleaños con las buenas noticias de que sus problemas médicos, que lo amenazaban con la muerte, han quedado en un simple colon irritable. En este contexto, nada más empezar, uno de los sobrinos políticos de la Eli le tira una bola de helado a los pies. La Eli le responde refregándole otra en toda la cara. Zas. Con esto tengo claro ya una cosa, La gata sobre el tejado de zinc no es el típico drama mojigato de Hollywood: tiene mala leche. No nos engañemos, no está exenta de cierto rollo teatrero y es bienqueda hasta el pelo de la Taylor que vuelve a estar excelentemente peinado un minuto después de que le llueva medio Katrina, pero sabe manejar un excelente juego de desprecios, mentiras y reproches, de ironías, retintines y besos envenenados lanzados al aire. Es la hipocresía de un estilo de vida caduco la que irrita los cólones de la gente. Y yo me lo paso pipa con Paul Newman pegando muletazos a todo el que se le arrima o con la vieja revenida diciendo que no confía en la gente que no bebe. Un pasote.
18 de agosto de 2016 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una época de paz en el Japón del siglo XVII los samuráis empobrecidos acuden a los castillos para chantajear a los señores feudales: si no reciben limosna, se abrirán las tripas en canal delante de sus puertas. Tsugumo, en cambio, solicita el seppuku para poder recibir una muerte digna de un samurái, no sin antes contar su historia. En Harakiri Kobayashi realiza toda una vivisección del código de honor del guerrero, cuya incoherencia deshumanizadora queda a la vista aún más al ambientarse en un periodo sin conflictos bélicos: el honor del guerrero está unido a la lucha, y si no puede luchar, ha de morir. Pero cuanto más insisten los poderosos en el seguimiento de ese código, más se permiten subvertirlo a su antojo: Kobayashi, pues, realiza tanto una crítica del dogma como de la hipocresía de quienes lo promulgan. Y todo presentado con una elegancia superlativa en cuanto a encuadres y movimientos de cámara, con un expresivo blanco y negro y con un hábil uso del flashback que permite jugar con las expectativas argumentales. De no ser porque en algún plano se le ha visto el cartón a las pelucas me creería si me dijeran que la rodaron antes de ayer. Vamos, me ha parecido un auténtico pasote, a mí, que creía que me aburriría tanto que acabaría practicándome el harakiri no ya con espadas de acero, ni siquiera de bambú, sino con las de plástico malo que venden en las ferias. Magistral.
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