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Críticas de avanti
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Críticas 313
Críticas ordenadas por utilidad
6
29 de agosto de 2019
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Greedy (Los codiciosos) es una película dirigida por Jonathan Lynn en 1994 con guion de Lowell Ganz y Babalco Mandel, música de Randy Edelman y fotografía de Gabriel Beristain. Todo y la demostrada experiencia en la comedia de Jonathan Lynn con destacados metrajes como El juego de la sospecha (1985), Monjas a la carrera (1990) o Su distinguida señoría (1992) entre otros, así como su destacada incursión en la televisión con la serie Sí, primer ministro (1980) y (1986), nos muestra en el metraje que nos ocupa su alta sensibilidad hacia los intereses de un colectivo que se nos antoja muy cercano.

Lynn mantiene la ironía entre los intereses y la ambición a cualquier precio. La agudeza crítica mostrada en clave de comedia en la mayoría de sus realizaciones por medio de la forzada socialización entre personajes con un mismo objetivo y el indisimulado interés por conseguir lo que se persigue a cualquier precio, dando los pasos necesarios para conseguirlo ante cualquier obstáculo material, emocional o sentimental, lo podemos ver en Los codiciosos, un buen ejemplo de la avaricia escenificada con bastante acierto por todo el conjunto del elenco.

¿La causa del embrollo?: tío Joe (Kirk Douglas) la enfermera Molly Richardson (Olivia d’Abo), el honesto Daniel (Michael J. Fox), la buena de Robin (Nancy Travis) y el mayordomo Douglas (Jonathan Lynn), son los aglutinadores del eje central sobre el que se desarrollan las historias cruzadas con un mismo objetivo común: demostrar al avejentado tío cuanto le quieren sus queridos sobrinos utilizando la dudosa adulación y la torpeza en la artimaña.

Previendo lo que les espera en un futuro que consideran no muy lejano, el grupo de aduladores encabezado por el histérico Frank (Phil Hartman), el discreto cizañero Carl (Ed Begley Jr.), el silencioso entrometido Glen (Jere Burns), sus interesadas esposas: Patti (Colleen Camp), Muriel (Joyce Hyser) y Tina (Siobhan Fallon Hogan), además de sus traviesos y pequeños congéneres, suman un conjunto de seres consanguíneos donde la descalificación mutua mediante los inconfesables problemas de esta singular ralea abarca desde el histérico Frank hasta el honesto Daniel, pretendiendo influir en la percepción que tío Joe pueda tener sobre la situación de cada cual ante la importante decisión que ha de tomar.

Esta amable, aunque ácida comedia, no la podríamos entender sin la pegadiza melodía Inka Dinka Doo interpretada por el gran ‘Schnozzola’ (Jimmy Durante) convirtiéndola en una parte sustancial de la banda sonora como hilo conductor desde donde se teje la historia reforzada por un certero flashback devuelto en forma de gran elipsis hasta el momento en el que la gran verdad mostrada por medio del abogado Bartett (Kevin McCarthy) saca a la luz la verdadera situación de tío Joe, lo que provocará diferentes reacciones. Estamos pues, ante una interesante película de la que, como en muchas otras, la audiencia puede aprender a voluntad algo sobre la conciencia y el comportamiento de la condición humana.
avanti
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9
25 de agosto de 2018
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mervyn LeRoy, responsable de grandes metrajes como Hampa dorada (1931), Niebla en el pasado (1942) o Quo Vadis (1949) entre la numerosa realización que dejó para la cinematografía, supo ver desde sus inicios los diferentes ángulos artísticos y la efectividad creativa del nuevo arte. Iniciado en el cine mudo con diversas responsabilidades le guía hasta convertirse en asistente de cámara, llevándole durante los últimos años del cine mudo, a la dirección en 1927 con No Place to G (La frontera del amor). La sagacidad como productor le facilitó su carrera cinematográfica, destacando en esa faceta por ser el responsable de la producción del clásico El Mago de Oz, entre otras.

Madame Curie (1943) es una magnífica realización de LeRoy, una desgarradora película en la que por encima de cualquier valor material o moral, está el vibrante deseo de evolucionar, de ir más allá, de mirar con la entereza que cada cual posea, hacia delante, hacia lo que entendemos por conocimiento humano, dejando para el cine una de esas realizaciones que levantan el ánimo por medio de la superación personal, emocional y cultural, provocando adicción intelectual, enamorando la fortaleza de una mujer que por encima de todas las cosas tenía innata en su genética el deseo de aprender, de saber de evolucionar.

El film, envuelto con la fuerza del arrebato y la delicada música de Herbert Stothart, nos cuenta la historia de superación por medio de la investigación, de la cultura, de la observación, del razonamiento lógico y de la evolución del entorno que siempre nos acompaña, donde Marie Curie supo entender, superar y convivir con esos principios, en una sociedad claramente patriarcal, marcando hitos históricos tan acertadamente narrados junto a la esplendida fotografía de Joseph Ruttenberg.

La expectación, la curiosidad y el deseo por aprender quedan claramente afirmados por el profesor Jean Perot (Albert Bassermann) y la complicidad del alumnado, entre los cuales Marie Sklodowska (Greer Garson), en un juego de planos sabiamente combinados reforzando así el mensaje del esfuerzo por descubrir, por evolucionar, y lo más importante: por no desfallecer sean cuales sean los obstáculos en el camino, conceptos interiorizados y asumidos por la joven Sklodowska.

Pierre Curie (Walter Pidgeon) es el complemento perfecto que la vida (y la ayuda de algún colega) puso en el camino de nuestra protagonista. LeRoy nos presenta la harmoniosa relación entre Pierre y Marie Curie que tan acertadamente supo ver el profesor Perot a tiempo, junto a otros interesantes personajes de esta narración, entre los cuales el carismático David Le Gros (Robert Walker), el condescendiente Eugene Curie (Henry Travers) padre de Pierre y la no menos amable madre, la señora Eugene Curie (May Whitty). Magnífica película y mejor acercamiento a la vida y la obra de una mujer ejemplar.

El acercamiento del realizador a la vida de esta destacada estudiante, doctora, investigadora y descubridora de trascendentales hallazgos para el mundo de la física, la química y la ciencia en general, supone una emotiva aportación al mundo del conocimiento que tan acertadamente supo llevar a la pantalla Mervyn LeRoy convirtiéndose en un claro paradigma para uso y disfrute de cualquier generación posterior de cineastas que muestren interés por realizar metrajes sobre el siempre cambiante mundo de la ciencia, la evolución y sus protagonistas.
avanti
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7
14 de junio de 2018
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Canterville Ghost (El fantasma de Canterville) (1944), es una película dirigida por Jules Dassin, autor de inolvidables títulos como Rififi (1955) o Nunca en domingo (1960). El texto de la historia que nos ocupa, y que dejó Oscar Wilde para deleite de la literatura creativa, narra, en el guión adaptado de Edwin Blum para este interesante film, la historia de una cobardía pendiente de solución rondando por el castillo de Lord Canterville (Reginald Owen) y que afecta a sus hijos Anthony de Canterville (Peter Lawford) provocador de la acción que hace intervenir a Sir Simon de Canterville (Charles Laughton) quien, al no haber solucionado la afrenta al honor de Sir Valentine Williams (Donald Stuart), es condenado a merodear cual fantasma en pena por los aposentos del castillo hasta que esta sea vengada por medio de alguna valerosa acción de entre alguno de sus descendientes.

Una elipsis temporal, nos traslada a otra época en el mismo lugar. A pesar de los siglos transcurridos, la afrenta está sin solucionar, la estirpe de los Canterville se ha ido sucediendo en el tiempo sin más ocupación que la de existir esquivando problemas mayores instalándose así en la cobardía pero, de entre todos los descendientes la pequeña Lady Jessica de Canterville (Margaret O’Brien) una amable criatura, excelente amazona, imaginativa y muy unida a su tía Mrs. Polverdine (Elisabeth Risdon) cree ver fantasmas donde no los hay, aunque por la acción a no mucho tardar, cambiaran las cosas.

Al alojarse temporalmente un grupo de soldados en el castillo, las cosas cambian, y mucho: los escépticos bromean, los lugareños les reprochan la actitud, nuestro fantasma Sir Simon de Canterville en su largo y obligado ritual propio de cualquier fantasma que se precie, se aparece a voluntad en diferentes formas a los invitados...sustos, ectoplasmas, gritos…, todo se le giran en su contra; nada hace que cambie las cosas, excepto el sorprendente hallazgo entre los soldados de Cuffy Williams (Robert Young) que podría variar el destino de los Canterville.

El insistente esfuerzo de Lady Jessica de Canterville por liberar al fantasma de sus ataduras al castillo, han de pasar necesariamente por el cumplimiento de una acción valerosa que destierre definitivamente el maleficio que sobre la familia pesa; las acciones para ponerlo en marcha, son confiadas a Cuffy Williams, quien entre significativos planos de pura acción contra el enemigo y, tras alguna desafortunada intervención, reafirma el maleficio sobre los Canterville.

Diferentes escenas en exteriores hacen que la situación en Cuffi, Simon y Jessica tome un giro inesperado para la solución del problema, una oportunidad que no debería ser desaprovechada. Una serie de secuencias generales cargadas de pura acción generan los resultados más apropiados para todos, en un cruce de intereses personales que afectan de diferente manera a todos los personajes implicados en la narración que un buen día decidiera escribir Oscar Wilde.

El excelente reparto de secundarios que completaron una de las más que aceptables adaptaciones sobre El fantasma de Canterville que contó entre otros, con el sobrio y estilizado mayordomo Potts (Lumsden Hare), el sargento Benson (William Gargan), el soldado bocazas y simplón Big Harry (Rags Ragland) o la quisquillosa y asustadiza doncella Umney (Una O’Connors) rubricado por la excelente fotografía de Robert H. Plank y los efectos especiales del fantasma y de cámara de Irving G. Ries y Lester White respectivamente.
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7
31 de mayo de 2018
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fantasmi a Roma (Fantasmas en Roma) (1961), dirigida por Antonio Pietrangeli, guión del mismo director junto a Sergio Amidei, Ennio Flaiano, Ruggero Maccari y Ettore Scola, la música del genial Nino Rota y la fotografía de Giuseppe Rotunno, nos deja una muestra absoluta de la ‘Commedia all’italiana’ que tanto éxito cosecho a lo largo de cuatro largas décadas.

Para un director como Pietrangeli involucrado en el cine inicialmente como escritor de reseñas cinematográficas, pasando posteriormente a guionista y director, no le debió resultar complicado rodar la esplendida Fantasmas en Roma entre una filmografía propia no demasiado extensa aunque interesante en su contenido.

El príncipe Annibale Di Roviano (Eduardo de Filippo), vive en su desvencijado Palacio Roviano, al que por su aspecto, parece que no le queda mucho tiempo conservando su estructura original, el paso de los siglos ha transformado el edificio en una vieja reliquia donde habitan ilustres fantasmas con un denominador común: haber muerto violentamente; así, nuestros etéreos inquilinos viven a través de los tiempos en comunidad y buena armonía, enfrentándose, una vez más, a nuevas amenazas de derribo proveniente de los mortales, para lo que han decidido organizarse, intentando que no se convierta en realidad la amenaza de la constructora.

Entre los muertos encontramos a Fray Bartolomeo (Tino Buazzelli), fantasma con más de cuatro siglos de edad, representa el equilibrio y la sobriedad en el grupo; Reginaldo Federico Gino (Marcello Mastroianni) libidinoso conquistador de mujeres, inquieto y travieso hasta el fin de los tiempos; Flora (Sandra Milo) eterna enamorada romántica y soñadora, Poldino (Claudio Catania) inocente y travieso niño que él solito se buscó su propio destino; y, finalmente, recién llegado del mundo de los vivos el príncipe Annibale Di Roviano, muerto reciente y hermano menor de Poldino ; un grupo de personajes de la más pura tradición italiana de la comedia que se han de enfrentar al problema que los vivos plantean, para lo que piden ayuda al iracundo pintor Caparra (Vittorio Gassman) temperamental pintor del seiscientos cansado de que su obra sea confundida con la de un tal Caravaggio.

Entre los vivos vemos a Federico (Marcello Mastroianni) príncipe heredero del palacio con pocos deseos de seguir la tradición, influenciado en parte por Eileen (Belinda Lee) cuyo único objetivo es la riqueza, creyéndola ver en el heredero Federico; Gino (Marcello Mastroianni) forma parte de la última hornada de descendientes con alguna marcada diferencia física de dudosa procedencia.

Otros personajes de esta deliciosa comedia, lo completan Carletta (Ida Galli) displicente secretaria con un dudoso ritmo de trabajo; Tollandi (Claudio Gora) el ingeniero encargado de ejecutar la obra de demolición del edificio; Randoni (Mario Maresca) el profesor de arte abierto pecuniariamente a reconocer la autoría de un fresco del XVI, descubierto bajo un falso techo en el edificio donde Caparra ha intervenido a petición de sus amigos fantasmas y admiradores de su obra, arruinando así el voraz futuro de Eileen.

Antonio Pietrangeli completa el singular cuadro coral con algunos personajes propios del entorno social en el que se desarrolla la historia (que no va mucho más allá del número 12 de la Glorieta de la Paz), entre los cuales: Nella (Franca Marzi) la atenta patrona del restaurante donde Federico suele comer, y Regina (Lilla Brignone) perturbado personaje, querido y respetado por todo el barrio. Entretenida película de agradable visionado.
avanti
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6
27 de mayo de 2018
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Columbo: Columbo likes the nightlife (Colombo: A Colombo le gusta la noche) es un telefilm dirigido por Jeffrey Reiner en 2003, quinto de la decimotercera temporada, sesenta y nueve y, último de la serie, pilotos incluidos, cerrando así el ciclo iniciado en 1968. El promotor Justin Price (Matthew Rhys) junto al prestamista Tony Galper (Carmine Giovinazzo), consiguen ultimar los detalles para la inauguración de la gran discoteca.

Un plano general de la vivienda de Vanessa (Jennifer Sky), actriz de series televisivas con no demasiado éxito, recibe la inesperada visita de Tony Galper su ex marido, con la desagradable sorpresa al conocer la relación sentimental que esta mantiene con su socio. Un altercado entre ambos, filmado con picados, subjetivo y algún contrapicado, provoca la muerte accidental de su ex. Avisado su prometido del fatal incidente, deciden ocultar el hecho hasta haber conseguido un préstamo en curso de la victima del que depende la inauguración final del negocio.

Linwood Coben (Douglas Roberts) es un paparazzi extorsionador y oportunista que se aprovecha de la situación mediante información privilegiada, a lo que Justin deberá poner solución. Fiel a la tradición, el realizador muestra al espectador los acontecimientos que derivarán en una salida violenta del problema mostrándonos al perjudicado y su consecuencia posterior: la intervención del teniente Colombo (Peter Falk).

Breves escenas enlazadas nos lleva junto al detective hasta las pistas del caso, haciendo que tome alguna precaución extra en el caso que le ocupa, clasificado inicialmente como suicidio. La aguda observación de Colombo en el lugar de los hechos, le lleva a otras conclusiones distintas después de relacionar las pistas encontradas en los archivos personales del paparazzi, momento a partir del cual Justin y Vanessa observados por Colombo, procurarán desvincularse de los acontecimientos a toda costa reflejando mediante algunos primeros planos la creciente intranquilidad de ambos.

Algunas presiones, ajenas inicialmente al caso, invitan a Colombo a encontrar la solución en el asesinato de Tony Galper, expresado por el rudo mensajero Freddie (Steve Schirripa), de la manera más amable posible. El detective recoge el mensaje quedando aclarada la relación del difunto con el sector más oscuro de la mafia local entre expresivos primeros planos y algún plano subjetivo del enviado.

Así las cosas y, tras recibir sabios consejos sobre el tema que le ocupa, nuestro detective completa su última investigación en la serie mediante la exhibición de tecnología punta en la acción que pondrá al descubierto el caso de la discoteca, habiendo llegado hasta su solución con la ayuda de, entre otros, el vecino de Vanessa, Sean Jarvis (John Finnegan), el gran secundario que junto al teniente Colombo tiene posiblemente el más amplio repertorio de apariciones a su cargo.

Complemento genealógico. Colombo cita a su mujer en dos ocasiones y a un sobrino suyo (de Colombo) en una ocasión.

Epílogo

Sr. Colombo: Su desgarbada apariencia entre realidades contrastadas jamás fue un problema para dar con los culpables de homicidios aunque fuesen de libro, ni siquiera los vanidosos resistían frente a sus astucias haciendo caer a indisimulados narcisistas con ayuda de sus huellas hábilmente dejadas como si de cabos sueltos se tratase que, junto a su distraída sabiduría en estado puro, le permitía unir las piezas de cualquier puzzle mediante su experimentada percepción irreductible ante cualquier personaje ya fuese una jamona o un carcamal entre las bambalinas de cualquier plató, de cualquier teatro, incluso de cualquier quirófano, aderezando la situación con sal y pimienta esperando resultados cual fisgón a la expectativa y la esporádica aportación de alguna hiedra venenosa entre un peligroso y espiritoso buqué como si de un invasivo e inesperado visitante se tratase, subliminando así el momento más desprevenido incluso para las inteligentes computadoras ante cualquier tipo de prueba humana o infalible artimaña con chándal que, de manera determinante junto a sus personales observaciones sin asomo de soberbia por su parte, pero con mucha tozudez, componía sus mapas de los hechos con, en ocasiones, delicadas intromisiones en vidas ajenas plagadas de humildad facilitando así la solución de algún entuerto que otro entre los esporádicos invitados utilizando la aguda pericia y algo de magia entre convidados y recomendados con alguna inesperada torpeza entre afectos que parecía perjudicar su CI entre preclaros y gentiles personajes junto a unos excelentes scaloppine de ternera reconfortando así sus apetitos entre, en ocasiones, exasperante presencia en vidas ajenas con tanto control emocional que en ocasiones debía de ponerse sus propios límites ¡y nada más!, ayudado esporádicamente por un nada fiable sexto sentido que le convertía en escurridizo detective entre argucias, ruborizándose en ocasiones a pesar de sus dotes de gran conversador entre pinceladas de vivos colores que rememoraba en ocasiones a viejos amigos entre algún frugal tentempié en el que los pensamientos, además , fluían hacia su querida familia, lo que no le desviaba su atención profesional hacia complejos casos de ludópatas campando libremente por complejos residenciales o clases de inestables estudiantes que junto a posibles desajustes de salud y la incombustible bebida manipulada han aportado sorprendentes soluciones animales donde el tiempo se esfumó o voló entre sospechosas muestras de cariño hacia usted percibiendo testarudez y algo más, haciéndole recelar protegiéndose entre la estrategia y la desconfianza de algún funerario que hiciese afinar su oído a la hora de escuchar demasiadas notas musicales nublando en ocasiones su particular percepción de las cosas, pero siempre atento a completar, a despejar sus dudas preguntándose por una cosa más.
avanti
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