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España España · MADRID
Críticas de Laura
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Críticas 62
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
27 de enero de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta legítimo, después de tantos años, definir a Susan Sarandon como una magnífica representante de todas esas mujeres liberadas que habitan el planeta. Recurrente es pensar en su mítico personaje de Thelma y Louise (Ridley Scott, 1991), pero son muchas más las mujeres que ha interpretado, en una industria extremadamente masculinizada. Y ahora, a sus setenta y un años, Sarandon se mantiene fiel a su filosofía, de escoger papeles femeninos fuertes y autosuficientes, aunque apueste por una comedia sueve, como ocurre con Una madre imperfecta (Lorene Scafaria, 2015). Una película dirigida por una mujer y que sitúa en el centro de la trama a una viuda, patosa y desprendida, que aunque no acaba de tener una relación cercana con su única hija, se muestra feliz y dispuesta a disfrutar de cada segundo de su vida. Porque Marnie representa a la perfección la famosa frase "carpe diem", con esa actitud suya positiva y optimista, ya sea en sus visitas a la apple store, en sus paseos por la ciudad, con la organización de una boda o en compañía de unas gallinas, frente a su amargada hija, que aunque tiene un buen trabajo como guionista, deambula pesarosa por la vida.
De hecho desde los primeros planos Marnie parece destinada a ser interpretada por Susan Sarandon, ya que aunque es una cinta blanda, de fácil digestión y escasas aspiraciones, realiza una importante labor a favor de la visibilización de las mujeres maduras, activas y rebosantes de energía. Está claro que es necesario dar voz a personajes adultos, pero esta cinta va más allá, colocando a una mujer madura en el centro de la acción y dotándola de una gran alegría de vivir. Una intensidad vital que queda maravillosamente reflejada en la genial secuencia de cocinado y degustación del huevo frito, en la que Marnie demuestra que está decidida a disfrutar de cada acontecimiento que suceda en su vida, dando luz a esta oda a la imperfección, que puede decirse que es Una madre imperfecta. Una oda a la imperfección y a esas actitudes y formas de ser que nos hacen únicos e irrepetibles. Da igual que tus imperfecciones te hagan parecer excéntrica o difícil de clasificar socialmente, ya que es lo que te hace irrepetible.

Y además Una madre imperfecta resulta acertada en la relación que plantea entre Marnie y Zipper, dos personas adultas (ella viuda y él divorciado), que no dudan en darse otra oportunidad, demostrando que el amor no es un invento adolescente y que la experiencia dota a las relaciones de más hondura.

En resumen, un descubrimiento agradable, con la estimable aportación de Susan Sarandon, que siempre resulta un lujo de ver, y con una premisa narrativa valiente y madura.
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Laura
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6
27 de enero de 2018
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Zona hostil (Adolfo Martínez, 2017) es una película peculiar para la cinematografía española, ya que se trata de una cinta de guerra, en la que su director y su equipo nos cuentan la odisea vivida por un grupo de militares españoles, al quedarse tirados en una zona inhóspita, junto a dos militares americanos, heridos, que habían ido a rescatar.

Entre esos militares destaca la capitana Varela (Ariadna Gil), una médico que refleja perfectamente uno de los temas de la película, que es la dicotomía entre fuerza y ciencia. Varela, desde el primer plano, es una mujer entregada a su trabajo, por muy grave que sea el conflicto armado que le rodea y siempre sin recurrir a la fuerza más elemental.
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Laura
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7
27 de enero de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los exámenes (Cristian Mungiu, 2016) no es una película fácil de ver, posiblemente como todas las de Mungiu, pero en este caso esa complejidad y desasosiego está presente desde el primer plano, a través de esa piedra que impacta contra la ventana del comedor de Romeo, iniciando así esta historia de padres, hijas y sueños rotos.

Situada en Rumanía, Los exámenes se centra en Romeo, un reputado médico, y Eliza, su hija adolescente que está a las puertas de los últimos exámenes para salir de Rumanía e ir a estudiar a una universidad de Inglaterra. Plan que se verá trastocado, tras el asalto que sufrirá Eliza en la calle y que dejará a la chica herida y en desventaja para llevar a cabo los exámenes. Pero que sin embargo no hará mella en el padre, que aunque quiere con locura a Eliza, no puede permitir que su hija permanezca en el país y desaproveche la opción de poder estudiar en el extranjero. Romeo no es capaz de imaginar a su hija en Rumanía, como decidieron hacer él y su mujer, y en su afán por darle a su hija un buen porvenir, deposita todas sus esperanzas y frustraciones en la joven Eliza. Obviamente Romeo no es consciente, pero su desasosiego le conducirá por un viaje sin retorno, en el que su reputación y moralidad quedarán en entredicho. Porque ¿es aceptable infringir las reglas por un bien mayor? En el caso de Romeo parece que la respuesta es afirmativa, pero como todas las cuestiones planteadas por Mungiu, en su cine, no es de fácil contestación.
Y igual que con la moralidad de los actos ocurre con la capacidad de reacción de alguien que se asfixia. ¿Hasta dónde es capaz de llegar alguien que está desesperado? Si nos dejamos guiar por Los exámenes da la sensación de que cuando no hay salidas somos capaces de pisotear cada uno de nuestros principios. Da igual que seas un respetado médico (aunque de ambigua vida emocional), un inspector o un hombre de negocios, todo queda olvidado y uno solo se centra en la forma de salir del tunel.

En este caso, el tunel es grande y lo configura el país de Rumanía. Un país corrupto, con una sociedad viciada y burocrática, en la que no queda rastro de humanidad. Vemos humanos, pero poco a poco vamos descubriendo que apenas hacen gala de su condición, ya que todo parece tener un precio y hasta los novios hacen omisión de su deber de ayuda a su novias, en los momentos de riesgo.

Una película angustiosa, de profundos silencios y perros callejeros. De chanchullos y tratos a escondidas, pero de una gran verdad y compromiso con el pueblo natal de Mungiu. Con una estructura que puede parecer circular, con ese enigmático final en el que Eliza se hace la foto de clase, en el patio del instituto. Porque de alguna forma los destinos de Romeo y Eliza están condenados y enraizados, en un juego macabro, que comienza con la piedra rompiendo el ventanal de la casa. Un elemento de luz en un país repleto de sombras y de piedras en los bolsillos. Una Rumanía que más que un hogar se alza como una condena para Romeo y su familia.
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Laura
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6
27 de enero de 2018
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
The confirmation (Bob Nelson 2016) es el ejemplo de película sencilla y de emociones puras, en la que se plantea un retrato directo de la crisis, en concreto, de la que afecta a los trabajadores manuales, en una sociedad atenazada por la digitalización. Además de una bonita historia de acercamiento entre un padre y un niño, llamado Anthony, que apenas tiene contacto con su progenitor. Una película que nos relata la odisea a la que tiene que enfrentarse, Walt (Clive Owen), un carpintero en paro y con problemas de alcoholismo, por recuperar su caja de herramientas. Una caja que heredó de su padre y que si bien no tiene un gran valor económico, es de un enorme valor sentimental.

Valores, sobre los que reflexiona Nelson, que parecen haberse perdido en la sociedad que retrata The confirmation, por mucho que la madre de Anthony intente buscarlos en la iglesia. Y es en esta contraposición entre lo divino, representado por la iglesia y lo manual, personificado en la carpintería, donde la película aglutina todo su interés. De hecho la acción se inicia en una iglesia, con Anthony teniendo que confesarse por petición de su madre,  pudiendo ver el espectador una representación de la institución religiosa crítica y amenazante, para un Anthony que tiene que escuchar al cura como le habla más de perversión que de bondad, en contraposición con la figura de su padre, un descreído con muchos fallos y un gran corazón, con el que tendrá que convivir en ausencia de su madre.
Una convivencia entre padre-hijo que se presenta como un reto máximo, pero que les servirá para unirles, en un tándem invencible, ya sea en el enfrentamiento con los ladrones, como en la lucha frente a los fantasmas que amenazan al padre. Es en este punto destacable la interpretación de Clive Owen que consigue hacer un retrato fiel y realista de un hombre normal, que aunque ha perdido su vida sentimental ( está divorciado) y gran parte de su vida material (se queda hasta sin casa), nunca pierde su dignidad, ya que por mucho que otros quieran arrebatársela, Walt siempre intenta hacer las cosas por el camino de la legalidad y en presencia de su hijo se muestra como un padre voluntarioso y protector.

Se podría decir que The confirmación recuerda al cine social de Ken Loach, con sus personajes perseguidos por una sociedad individualista y basada en el mercado. Siguiendo por esta senda, uno puede incluso aventurarse a hacer una equivalencia entre el Walt de The confirmación y Daniel Blake, aunque cada película tiene su propia atmósfera.

En definitiva, The confirmation es una interesante cinta que a través de una realización austera y ajena a los artificios nos cuenta la realidad de aquellos personajes olvidados por la sociedad.
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Laura
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10
27 de enero de 2018
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un niño de unos cinco años tumbado sobre el césped mira las nubes mientras suena una canción de Coldplay. Éste es el comienzo de una película que todo el mundo recuerda por sus doce años de rodaje. Pero más allá de prodigios técnicos, esta película es sobre todo un canto a esos pequeños momentos que conforman la vida de las personas. Es una reflexión sobre el paso del tiempo, sobre la importancia del momento y sobre la madurez a la que tarde o temprano todos llegamos.
Parece recurrente el tema del paso del tiempo en la filmografía de Linklater (famosa es su trilogía que comenzaba con “Antes del amanecer”), pero es aquí donde alcanza su esplendor con un preciso y casi invisible uso de la elipsis que hace que el espectador vaya olvidando personajes secundarios en el transcurso de la película (el primer amigo de Mason o aquellos que forman parte de su vida). En doce años todos evolucionamos y el director parece apostar, a medida que avanza en la película, por más planos largos, sin olvidarse de los primerísimos planos o de los silencios.

Sin duda destacan los numerosos cambios del protagonista que sirviéndose de su aspecto físico nos muestra su estado de ánimo. Pero en Boyhood todo es de verdad, al contario de otras películas como” El curioso caso de Benjamin Button”.

El director demuestra ser un gran melómano y aquí consigue que la música vaya evolucionando a la par que el protagonista (desde “Yellow” de Coldplay a “Deep blue” de Arcade Fire). Otro gran acierto del director es permitir que Mason no acapare todo el protagonismo y podamos también disfrutar de la evolución de otros personajes, por mucho que Lorelei, la hija del director quisiera que matara a su personaje.
Boyhood es una película realista que llega al espectador gracias en parte a un guión sencillo en el que cada personaje habla de forma natural y a unos personajes normales de clase media con sus problemas y sus pequeñas victorias diarias y con los que todos nos podemos identificar. Un niño fantasioso que se va aficionando a la fotografía, una madre divorciada que lucha por sacar adelante a su familia o un padre ausente que intenta hacerlo lo mejor posible. Una familia que no vive en la glamurosa Nueva York, sino que se va desplazando por toda Texas. Unos personajes que van creciendo, madurando y tomando decisiones.

Esta visionaria película se aleja de la grandilocuencia y se centra en pequeñas conversaciones o situaciones que muchas veces calificamos de insignificantes, pero que van conformando nuestra visión del mundo, como explicaba su director, “tu base política queda marcada por pequeñas charlas en casa”.

Linklater nos retrata el pasado reciente sin melancolía. Como recordaba en el pasado festival de Berlín “rehuí el drama, quise captar pequeñas conversaciones, la vida” y esto provoca que tras las casi tres horas de duración, acabemos suplicando que Mason coja un tren para recorrer Europa como hacia Jesse en Antes del amanecer y podamos seguir disfrutando de la magia de Boyhood.
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Laura
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