Esta es una de esas películas pensadas para entusiasmar a chicAs adolescentes en las que, en realidad, se las insulta a placer. Un puñado de amigas remilgadas e insoportables (cada una es un caso psiquiátrico distinto, esta película tiene una ambición de fresco psicológico y social que ni Balzac, vamos) se separan durante el verano, pero antes elaboran una especie de decálogo mosaico sobre cómo deben vestirse y comportarse ante el otro sexo y deciden repartirse por turnos un pantalón vaquero que se adapta como un guante a cada uno de sus culos, sean flacos o gordos, y por eso lo consideran mágico.

Con esta ambición intelectual comienza una película alabada por cierta crítica por ofrecer una versión distinta de la adolescencia. ¡Válgame Dios! Habrá que ver cómo son las hijas de estos críticos, porque el grupo de amiguitas que aparece en esta película es el colmo de la frivolidad. Ninguna de estas chicas lee un libro, las únicas inquietudes intelectuales que despuntan son, en un caso, el dibujo (motivada por un macizorro al que toma como modelo) y, en otro, el vídeo. Toda la película parece un episodio alargado de cualquier serie de televisión estadounidense, con su exaltación de la familia y su culto al macho: la enseñanza final es que la familia es lo más importante y que una debe ser una buena hija y buscar un buen semental para ser buena esposa y buena madre (una posible interpretación freudiana de "Uno para todas" sería que todas ellas buscan en los novios la figura del padre ausente).

En resumen: la película es bochornosa en la que cada nueva escena provoca más rubor que la anterior.

Por cierto, esta peli la vi en el Intercity de Madrid a Burgos. Si tuviera que votar el plato de macarrones que comí en la cafetería del tren tendría las mismas estrellas que la película. Yo no sé cómo llegué vivo a casa, la verdad.