Termina la película y observo a mi alrededor con los ojos entornados y cara suspicaz. Busco la cámara. Estoy seguro que este loco, buscador de sentimientos enfermizos me observa. Miro debajo de la butaca, incluso al tipo que a mi lado se encuentra con cara confusa.
Esto es el cine de Haneke. Termina una de sus películas y el desasosiego se apodera de ti. Puede que no entiendas lo que acabas de ver, que escuches voces y quejas a tu alrededor, pero la misión de este extraño director, fue cumplida.
Su plano fijo, su final incoherente, sus incomunicaciones inexpresivas, su desazón a la vida, al éxito, al fracaso… todo sentimiento sin cabida en un mundo feliz es reflejado en su filmografía. Puede que sus seguidores estén tan idos como lo esta el director; o puede, tal vez, que piensen “No, yo no quiero confort, Yo quiero a Dios, quiero la poesía, quiero el verdadero peligro, quiero la libertad, quiero la bondad, quiero el pecado” como decía John “el salvaje” en “Un mundo feliz” de Aldous Huxley.